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El perro de los Únzaga

Dicen que los perros son mensajeros de la muerte, que cuando aúllan interminablemente es porque algo grave va a ocurrir en su entorno, por eso en las aldeas, en los campamentos mineros y aún en las ciudades, los ladridos agudos de los canes, sobre todo en horas de la noche, llenan de espanto al vecindario y en especial al medio familiar donde viven. Nuestros abuelos contaban historias estremecedoras de estas visiones de muerte de los perros, supersticiones que vienen de muy lejos y que están hondamente arraigadas en la conciencia popular.

Un día el Cnl. Ulloa, director de la cárcel de Chonchocoro, me reveló que sus perros no solo le ayudaban en la vigilancia del recinto, sino que además le advertían con sus aullidos sobre la presencia de la muerte, rondando por los pasillos del penal, cuando algún preso debía ser sacrificado, anuncio que nunca fallaba. Con este antecedente, debo señalar que acabo de leer un estupendo y ameno libro, Únzaga, la voz de los inocentes, de Ricardo Sanjinés Ávila, donde se cuenta una trágica historia relacionada con la facultad premonitoria de los perros.

La familia de los Únzaga estuvo marcada por un sino fatal que los persiguió toda la vida. Vivían en Cochabamba, de los cinco hijos que tuvieron los esposos Camilo Únzaga (quien falleció a principios de los años 30) y Rebeca de la Vega, dos murieron siendo niños. En 1932, al estallar la Guerra del Chaco, Alberto, el hijo mayor, de 19 años, marchó a la guerra, dejando una gran angustia en su madre. Se dice que todos los días doña Rebeca iba a la iglesia a pedir a Dios por la vida de su hijo.

La familia Únzaga tenía un perro blanco llamado Jack, que presenciaba a diario el sufrimiento de doña Rebeca, que rezaba interminables rosarios con lágrimas que surcaban sus mejillas. Así transcurría la vida de los Únzaga, cuando una noche de diciembre de 1933, Jack empezó a aullar frenéticamente, electrizando de terror a sus dueños. Días después sobrevino la mayor tragedia para doña Rebeca, cuando a su casa de la calle España llegó la nota póstuma del Ejército, dando cuenta de la muerte de su hijo en la batalla de Alihuatá…
A poco de este trágico suceso, Jack desapareció misteriosamente. Doña Rebeca junto a sus hijos Camino y Óscar lo buscaron desesperadamente por todo el vecindario, el río Rocha e incluso por los extramuros de la ciudad, sin resultado alguno. Al influjo de estas impresiones, una noche doña Rebeca en sueños vio a su hijo Alberto quien le dijo: “Mamita, ya no te preocupes por Jack, él está conmigo”. La Sra. despertó súbitamente y vio a su hijo y a su perro Jack, que como en la pantalla de un cine, pasaban por su frente. El autor del libro relata ese episodio de la siguiente manera: “En efecto el perro blanco estaba a lado de su hijo amado, quien segundos después se desvaneció junto al efímero sueño…”. Años después, Oscar Únzaga contaría el hecho a sus camaradas.
Terminada la guerra, el corazón de Camilo dejó de funcionar y doña Rebeca perdió otro hijo, quedando con ella solamente Oscar, su hijo menor. Oscar cayó en el torbellino de la política, fundó un partido político y en los años 50 fue el principal líder de la oposición. La vida llevó a Oscar y a su madre por senderos tortuosos, conocieron el exilio, la persecución, la cárcel y todo tipo de privaciones, hasta que una noche misteriosa de abril de 1959, la vida del jefe de FSB terminó trágicamente. Doña Rebeca quedó totalmente sola y poco tiempo después también falleció. Así, esta infortunada familia desapareció del escenario nacional, sin dejar más recuerdo que su lucha por un ideal de patria, en una época tormentosa de nuestra historia.
El libro de Sanjinés nos recuerda la vida azarosa y la lucha política de esta familia, que a más de medio siglo de su desaparición todavía pervive en la memoria histórica, que es la única sobrevivencia de los justos, aunque para algún espíritu del bien, los Únzaga, ahora al fin están en familia, son felices y los acompaña su perro Jack, cuya fidelidad lo obligó a pasar a otra dimensión para vivir por siempre junto a ellos.