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Paisaje

Para los seres de las montañas ver el panorama, divisar el paisaje, es tan vital como respirar
En este martes de ch’alla, día en que los paceños veneramos nuestras casas, voy a tratar asuntos particulares, de afectaciones personales, guardando el debido respeto a las regiones del país que perdieron muchísimo más en estos días de lluvias inclementes. Permítanme, a pesar de ello, este desliz hacia temas personales.

Para los seres de las montañas ver el panorama, divisar el paisaje, es tan vital como respirar. Es una pulsión básica, tanto para nosotros como para los cóndores que vivimos en una ciudad que sube, inclemente, a 4.000 metros sobre el mar. No hemos estudiado científicamente nuestra visión de altura, pero seguro que se equipara al de esas aves andinas. Compartimos una extraordinaria agudeza visual, que es inflamada por una  atmósfera límpida y cristalina como ninguna. Por ello, nuestros ojos demandan, exigen y reclaman ver el intenso cielo azulino paceño que recorta nítidamente el paisaje; nuestras pupilas se desesperan por contemplar esta geografía, mágica y mística, superlativamente iluminada.

Por casi 30 años gocé del privilegio de tener a mi frente al Illimani. Mañana, tarde y noche, esa serena y augusta visión fue uno de los más bellos regalos a mi existencia. Al momento de construir la casa que habito, abrí deliberadamente una ventana con dirección al Resplandeciente, entendiendo, en ese entonces, que recibiría su mandato diario: venera a tu sitio.  Pero, como infelizmente todo debe terminar algún día, esta maravillosa vista la estoy perdiendo porque construyen un edificio que va, de a poco, cubriendo “la montaña”. Se va, irremediablemente, el espectáculo de mi ventana mágica que, iluso, lo imaginé eterno. Para evitar más angustias ya cubrí esa ventana.

A diario escucho a muchos paceños que perdieron vista y paisaje por las mismas razones: una maldita construcción vecina. Y perder la vista en esta ciudad es tan cruel como perder el sol en tus habitaciones. En estas alturas paceñas, una casa sin sol es una casa sin vida y, si además no tiene vista, es un catafalco por anticipado. Es el precio de la modernidad y el “desarrollo” urbano al que nos hemos adscrito: la concentración y el amontonamiento de bazofia sobre un bellísimo paisaje andino; lo dije antes y lo repito: como constructores no estuvimos a la altura de nuestro paisaje. Pero, lo peor de todo es que, en este nuevo milenio, ya no percibimos qué barbaridades edificamos y nuestra ciudad parece habitada por los ciegos del ensayo de Saramago.

Por la pérdida de esa ventana mágica, este martes ch’allaré la casa y pediré a la Pachamama muchas cosas más escuchando cantar: “Si me dijeran pide un deseo, preferiría un rabo de nube… un barredor de tristezas que se llevara lo feo…”.