En un escenario de sucesos contrastantes que despiertan emociones tan contradictorias  como el advenimiento del Carnaval, del cual difícilmente uno se puede sustraer, y los efectos de las lluvias en torno a cuyos estragos puede perturbar aquella disponibilidad festiva, algunos sucesos políticos que en “condiciones normales” llegarían a causar ruido pasan desapercibidos. Es el caso de lo dicho por el presidente del Estado a inicios de febrero, durante un ampliado de las Seis Federaciones del Trópico de Cochabamba y en ocasión de la apertura del proceso de reinscripción de militantes del Movimiento Al Socialismo (MAS). Morales afirmó en ese entonces: “Siento que hay nuevos militantes en Bolivia, simpatizantes; hay masistas y hay ‘evistas’, (pero) quiero decirles que no estoy de acuerdo con que el ‘evismo’ tenga militantes, no quiero que el ‘evismo’ crezca”. (La Razón, 09.02.2014).

No obstante dicha aseveración, que podría ser considerada de sentido común, en un contexto en el cual los opositores, como Rafael Quispe, se han dicho: “tenemos que desmoronar lo que Evo Morales ha montado” (La Razón, 26.02.2014), y en una situación en la cual existe una disputa práctica e ideológica en torno al proceso de cambio, contradice un pensamiento formulado por el intelectual del Gobierno en la misma coyuntura de despegue del proceso. Y es que para Álvaro García Linera, el evismo suponía un movimiento social de transformación política que debía estar fundado en la recuperación del sindicalismo y de un liderazgo afecto al cambio a partir de la Constitución de Morales como un símbolo de ese proceso (García, Alvaro. 2006. El evismo: lo nacional popular en acción. En OSAL, N° 19).

Aunque tal planteamiento de la intelligentsia gubernamental suponía precisamente la defensa del inicio de un proceso que aparecía asediado por el movimiento autonómico regional, cuyos líderes aseveraban que justamente “la autonomía daría fin al evismo” (La Razón, 24.03.2008), éste parecía constituirse ya en símbolo prismático pues encontraba su sentido desde el dicho: “quieren sacar al indio del poder”, hasta el hecho de que Morales representara el arribo al poder de los sectores históricamente marginados por el Estado.

En ese sentido, lo dicho por Morales y lo planteado por García aparece como una seria contradicción entre el planteamiento político-ideológico y el sentido común. Sentido común porque la posición de Morales se funda en razones prácticas, pues él mismo se pregunta y responde: “Pero, ¿por qué crece el ‘evismo’? (es) por culpa del dirigente del MAS, el dirigente que más está pensando en él (no todos, algunos); más piensa en él y no en el MAS, ni en el instrumento político ni en la revolución democrática. Cansado de ese masista que espanta, (el militante) se queda y entonces dice ‘seré evista’; yo no estoy de acuerdo”.

En cambio, la intelligentsia que se ha venido a constituir en parte de la propia dirigencia del MAS forma el entorno intelectual que ha logrado constituir a Morales en el vértice simbólico del poder, cargando sobre las espaldas de éste todo el proceso que se ha venido a llamar “revolucionario”, pero también constituyéndolo en el amparo de un grupo que tras las espaldas del líder ha dado origen al surgimiento de distintas facciones críticas de ese entorno, precisamente a partir de su forma de proceder.

Aunque dicha contradicción no parece extraña en un proceso que avanza a la par del abandono de ciertos discursos que llegaron a tener un simple valor coyuntural, lo dicho por Morales representa la temible contradicción entre pensamiento teórico e ideológico y práctica política real, que “en algunos casos” tiende a derivar en infranqueables desencuentros que el MAS ya conoce.