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¿Clubes o selecciones?

Calendarios detalladamente previstos y grandes distancias entre continentes, exacerbación de intereses comerciales y competitividad cada vez más dominada por la cosmética en desmedro de la esencia son los elementos que caracterizan el nuevo tiempo futbolístico, a menos de 100 días de la inauguración del Mundial brasileño. Todo ha cambiado de manera tan radical, sobre todo en la última década, que las selecciones más poderosas se arman con características de instantaneidad y con futbolistas que no juegan en sus países, que viajan de un extremo a otro para reunirse cinco días, cumplir con sus camisetas nacionales y retornar a sus equipos, allá donde ponen en escena la vigencia del estrellato, el engorde superlativo de las cuentas bancarias y la multiplicación de emprendimientos empresariales para el día después, considerando la brevedad de esta carrera en la que juego y protagonismo egocéntrico ya son casi sinónimos.

El fútbol es hoy una vitrina fundamental del gran mercado, un escaparate de transferencias, una feria de vanidades, un lugar para elegidos por perspicaces cazatalentos y un sitio en el que, como ha dicho hace unas horas con incisividad e indiscutible razón José Mourinho, los jugadores que comienzan a destacar pasan por el espejo antes de saltar a la cancha, cual si fueran modelos pret-a-porter en lugar de atletas y competidores. Si el fútbol era equivalencia de espectáculo, hoy es un juego subordinado a todos los mecanismos que lo han transfigurado en un show televisivo para el que se trabaja con cálculo mercadotécnico el Antes y el Después de un partido, buscando igualar en importancia al Durante, tiempo real de su concreción, que se extiende durante 90 minutos y fracción. Antes de un partido se venden expectativas y se calientan los climas en las llamadas previas, Después se venden las anécdotas y menudencias posibles de todo cuanto aconteció Durante el juego, aquél en el que efectivamente sucede lo futbolístico del fútbol, sus avatares, las evoluciones de un partido de uno a otro minuto, esto es, su significación específica y esencial.

En ese enorme contexto uniformizado por las grandes marcas y sus proveedores de materia prima ya no hay certeza para saber si un futbolista con aspiraciones de internacionalización practica el juego por placer en primer lugar, o nada más instrumentalizando unas aptitudes que pueden depararle 10 a 15 años de vigencia para asegurarse la existencia con vistas al retiro. Los tiempos de los que querían pegarle a la pelota por el puro y simple placer de hacerlo con moderadas expectativas de mejoramiento de estatus han cedido al de las negociaciones, los intermediarios, los representantes, los repartidores de comisiones y los abogados especializados en conseguir vistos buenos para cláusulas sobre lo imprevisto, como esas de las rescisiones de contratos, traducidas en millonadas por concepto de lo que en la esfera laboral se llaman indemnizaciones.

En estas coordenadas espacio temporales y financieras se hace cada vez más complicado armar equipos nacionales compactos y sincronizados debido a que la vertiginosidad de cada temporada, el número de partidos en cada una de ellas y el altísimo grado de desgaste físico hacen que muchos futbolistas convocados por los seleccionadores de sus países consideren que éstas, en lugar de asumirse como distinciones de reconocimiento a sus virtudes, terminen convirtiéndose en interferencias imprevistas a lo que hacen en las zonas de seguridad en las que se mueven dentro sus clubes.

Con las excepciones de España, Alemania y Brasil, que tienen equiparadas las calidades de sus grandes clubes con sus selecciones absolutas, el resto expone evidentes problemas de adaptación, ensamblaje y continuidad a condiciones de juego esporádicas, como lo han podido demostrar hace 48 horas Argentina frente a Rumania y Colombia contra Túnez, exhibiendo, las dos, rendimientos de juego notablemente inferiores a los conseguidos en la eliminatoria sudamericana en la que se clasificaron en primer y segundo lugar para acceder a la fase final de 32 equipos que comienza a jugarse el próximo 12 de junio, al punto que la ausencia de Radamel Falcao por una parte y el gris desempeño de Lionel Messi, limitado por un funcionamiento colectivo impreciso, les hayan puesto grandes signos de interrogación a lo que podrían hacer estas dos, que son cabezas de serie en Brasil 2014.

Con todas las argumentaciones expuestas, queda constatado que los grandes equipos de hoy —Barcelona por cinco-seis años, Bayern de Múnich ahora— son los cuadros en condiciones de consolidar propuestas futbolísticas fundacionales, como en su momento lo hicieron el Brasil campeón de 1970 o la Holanda subcampeona de 1974. Es más probable hoy que los grandes equipos y sus influyentes estrategas terminen marcando las diferencias en materia de aportes renovadores a la evolución del juego, tal como ha sucedido con Pep Guardiola en España y Jupp Heynckes en Alemania, y por ello mismo tengamos que precisamente en los equipos catalán y bávaro se encuentren las bases dominantes de las selecciones de sus países, con serias aspiraciones a conseguir ganar la nueva versión de la Copa del Mundo.

El gran fútbol hoy se está jugando en los grandes equipos europeos. Ninguna señal presagia que esto pueda modificarse sustancialmente si tenemos en cuenta que las selecciones nacionales son rejuntes con los mejores de cada país con tiempo mínimo para leer e interpretar una partitura, limitación que podría ser compensada solamente con los solistas de cada una de ellas, rompiendo cuidadosos guiones ajenos con los que se apuesta con alta frecuencia a no caer estrepitosamente según las limitaciones de cada plantilla. Aun así, con el descorazonamiento al que ha procedido el capitalismo con el fútbol, hay aspectos que aún lo siguen haciendo apasionante por inexplicable: El valor puramente simbólico de un trofeo, la gana y gusto de ganarlo, y unos cuantos geniecillos que cuando están en el campo dejan de pensar en la posesión de bienes y en la acumulación de riqueza, pues lo único que ocupa sus cabezas es jugar divirtiéndose o divertirse jugando, y por ello, porque la vigencia de los talentosos nos retrotrae a otros tiempos no tan metálicos, el fútbol consigue, inexplicable, paradójicamente, conservar ese valor intangible que lo erige en el imán más poderoso del tiempo libre en todo el planeta.