Elogio a la solidaridad
Las personas somos capaces de entregar a los demás lo mejor que tenemos, y ese es un motivo de alegría.
Mi pequeña Victoria confeccionó su propia lata para recaudar dinero para los damnificados a través de la campaña “Bolivia Solidaria”. Anoticiada de que necesariamente había que utilizar alcancías oficiales, pidió su propia lata y al final la entregó bastante pesada. Había ido clase por clase con su profesora para recoger monedas; luego, ante cámaras dijo: “Después de la tormenta viene el sol”. Y como ella, miles de bolivianos manifestaron su solidaridad entregando 60 toneladas de ayuda en vituallas y alimentos no perecederos y más Bs 1,3 millones.
Pensando en esto recordé dos historias de solidaridad anónima. Un buen día, cuando dirigía por entonces el periódico Extra, me llamó una persona que me dijo: “Quiero ayudar a un amigo en común que está enfermo”. Vino al rato a mi oficina y se presentó: “Soy el señor Smith”, me dijo, como en una película de clase B. Sonreí. Luego fuimos a dar una vuelta en un viejo jeep que tenía y ahí me dijo que quería ayudar al amigo en cuestión enviándole unos cuantos dólares que tanto necesitaba, pero que no quería que él lo supiera.
Urdí entonces una estratagema. Hablé con el “beneficiario” y le pedí un par de trabajos muy fáciles de hacer y le mandé el dinero. No una, sino varias veces. Mi amigo está ya en un mundo mejor y por eso puedo contar la historia. De Smith nunca más supe nada y espero, de todo corazón, que goce de muy buena salud. Ojalá llame algún día no ya para mandar dinero a un amigo caído, sino para tomar un café y reírnos de esta y otras historias.
La otra historia me la contó mi madre sobre unos tíos suyos que en cada Navidad repartían clandestinamente canastones en las casas de sus familiares o amigos menos favorecidos por la fortuna. Iban, tocaban el timbre y se apartaban rápidamente, de manera que los beneficiarios no supieran quiénes eran los donantes. Hasta que un día una de las hijas de una familia receptora volvía a casa y vio todo. Hoy mi madre prepara centenares de canastones.
En medio de la tragedia, de noticias como las de la pasarela caída por irresponsabilidad en el Carnaval de Oruro, de los niños ahogados en una poza sin señalización en Santa Cruz y un largo etcétera, vale la pena recordar estas otras historias. Los seres humanos somos capaces de entregar a los demás lo mejor que tenemos, y ese es un motivo de alegría. En estos días siento que Bolivia tiene un corazón gigante y solidario.