Venezuela: el reto de la calle
Un fantasma recorre el mundo: la fuerza de las multitudes callejeras que reemplazan a la arquitectura electoral de las democracias endebles. Los incesantes disturbios que asedian al régimen bolivariano desde hace un mes no tienen singularidad alguna, y más bien parecen seguir el modelo desestabilizador iniciado en lo que se denominó la Primavera árabe, cuyo epicentro fue la plaza Tahrir del Cairo, ocupada por jóvenes rebeldes que lograron, al cabo de varias semanas, derrumbar la regencia treintanaria de Hosni Mubarak.
Últimamente, la toma de la Plaza de la Independencia (o Maidan) en Kiev, por una terca turba que allí se asentó por dos meses, precipitó la fuga del presidente Viktor Yanukovich e impulsó la instauración de un gobierno provisorio. Paralelamente, a principios de febrero, movimientos estudiantiles en Caracas desataron un levantamiento popular al que prontamente se plegaron partidos políticos desafectos al gobierno, y luego vecinos, particularmente de la clase media, angustiados por la escasez de alimentos, la inseguridad y los efectos de la inflación galopante que sacude la economía venezolana.
Las operaciones antes anotadas tienen algunas características similares. 1) La chispa se enciende con mensajes transmitidos a través de las redes sociales, especialmente Facebook, frecuentadas por la juventud y los estudiantes. 2) Los grupos que acuden a la convocatoria se aglomeran en las calles adyacentes a alguna plaza que tenga renombre simbólico de hazañas de antaño y responda a gritos libertarios que causen nostalgia patriótica. 3) Se levantan barricadas en las bocacalles, para impedir el paso de vehículos policiales y forzar a los parroquianos a incorporarse a la lucha. Es la ocasión para echar a volar la imaginación, con eslóganes, banderas y atuendos llamativos. 4) El liderazgo es amorfo y los animadores solo tienen una función perentoria. También es el momento propicio para catapultar a los audaces. 5) Mediante esas acciones se trata de atraer a los medios de comunicación nacionales y a las cadenas noticiosas externas y así difundir sus proclamas, consolidando sus reclamos.
El éxito de esa estrategia radica en la persistencia del alboroto, que indudablemente desgasta a la represión gubernamental, daña la imagen internacional del Gobierno y seduce a las fuerzas del orden para que se abstengan de usar la fuerza bruta contra sus propios compatriotas. Si bien la rebelión de Kiev alcanzó sus objetivos al cabo de 60 jornadas, la resistencia en Caracas y otras ciudades provinciales ya lleva 32 días. Contrariamente al alzamiento ucraniano, allí ha surgido un líder, Leopoldo López, ahora encarcelado, quien podría convertirse en el abanderado de las montoneras. La experiencia venezolana descansa primordialmente en una aguerrida clase media que, dispuesta al sacrificio supremo, enfrenta a la Policía ya la Guardia Nacional, apoyadas por pobladores de los barrios marginales partidarios del oficialismo. Éstos, encabezados por colectivos armados, hostigan a los revoltosos, pero sin lograr doblegarlos.
A un año de la desaparición de Hugo Chávez, moros y cristianos lamentan su ausencia, constatando que ni el carisma ni la astucia política son transferibles ni tampoco se heredan. Por lo tanto, Nicolás Maduro confronta un desgaste personal vertiginoso, con efectos negativos en las propias filas bolivarianas y, lo que es más grave, en ciertos escalones de las FFAA.
Ningún analista asegura una salida fácil a la crisis política y menos a la catastrófica situación económica. Como los mecanismos democráticos no contemplan una solución temprana, quizá se perciba que bajo la presión militar pueda pensarse en instaurar una junta de salvación nacional o surja súbitamente un militar bonapartista aceptado por los bandos en pugna que reencauce la transición democrática, llamando a elecciones anticipadas. Todas esas opciones ya están a consideración de los actores sociales correspondientes. Lo que no tiene posibilidad alguna de subsistir es el actual estado de cosas, sin pan y con muertos, bajo un liderazgo cuestionado y corriendo el riesgo de una guerra civil que, no obstante las ingentes reservas petrolíferas, convierta a Venezuela en un Estado fallido.