Mañana se estrena Her en nuestros cines. Es una película de un cineasta que ha construido un universo propio, un estilo que enamora: Spike Jonze (Quieres ser John Malkovich y El ladrón de orquídeas). Her es de ciencia ficción y nos habla de un futuro que parece más cercano de lo que pensamos: cada día nos relacionamos más con computadoras que con las personas que nos rodean. En la película, el protagonista (un Joaquim Phoenix tierno, solitario y “emo”) mantiene una relación amorosa con una máquina (un sistema operativo con el que habla, tiene sentimientos e incluso hace al amor).

¿No es sumamente triste y enfermizo tener sexo con una computadora que jadea y se excita? Y si, aunque la voz de la máquina sea tan sexy y seductora como la de Scarlett Johansson. Hay mucha gente que quiere vivir en el futuro, que se compra los aparatitos tecnológicos de manera compulsiva (cada vez más fugaces); a mí me pasa al revés: quisiera volver al pasado, cuando las cosas eran más lentas, más blanco y negro, más viejas, menos consumistas: cuando los objetos nunca eran obsoletos, cuando duraban toda una vida. Estamos y estaremos rodeados de miedo paralizante y confusión; de gente que no sabe lo que quiere.

Después de ver esta bella película repleta de matices (incluso es un tratado sobre metafísica), uno siente que es afortunado por vivir en nuestro tiempo cuando todavía estamos más pendientes de las personas que de las computadoras. ¿Llegarán a tener éstas conciencia y actuar por sí solas? Her es una historia de dolor y amor 2.0 (idealizado) con banda sonora deliciosa (a cargo de la banda canadiense Arcade Fire). Es una distopía, una obra más de ciencia ficción que reflexiona como muchas otras sobre la relación ser humano-máquinas y es sumamente deprimente (a pesar de la voz de Scarlett) con un final sin esperanza. Pero no teman, el futuro es solo una historia que nos inventamos y nos contamos en las películas.

En Her, Thedore, el protagonista trabaja como escribidor de cartas ajenas manuscritas en computadora para otras personas, y quizás su mayor alegría en toda la película es cuando su querida máquina le comunica que una editorial va a publicar una selección de sus mejores cartas. Cartas y libros: las alegrías. Somos palabras y emociones. En la película que se estrena mañana en nuestros cines (la versión original, sin doblar y en pantalla oscura es la mejor opción) los personajes en un futuro oscuro y sin sol se visten como en los 70, escriben cartas y todavía se publican libros, como extraños objetos de culto, sumamente apreciados y celebrados. Esto es un consuelo para los habitantes del futuro. Ésta es la buena noticia, ahora la mala: en el futuro nos hemos acostumbrado tanto a nuestros aparatitos, padecemos tal grado de nomofobia (ansiedad que nos provoca no estar conectados) que estaremos aislados, quebrados, seremos sonsos emocionales, más solos que John Wayne,  tan tristemente incapaces de comunicarnos y tolerar los defectos propios y ajenos… Tan nostálgicos por lo humano: el día que dejemos de sentir la necesidad por nuevas experiencias, estaremos muertos.

Pero basta de “bla bla bla”, lo único que hay que tomarse en serio en este mundo es la carta del restaurante. La vida es demasiado breve, estamos acá, nos permitiremos gozar. Cuando la alegórica peli termina y acabas de digerirla, hablarla, pensarla y rumiarla, te dan granas de una sola cosa, de algo que jamás podrá darte una computadora aunque tenga la dulce voz de Johansson: un abrazo cálido, uno de esos fuerte y bien largo. Nada podrá sustituir eso jamás: el cuerpo, tocarse, una “cucharita” en la noche. Me van a perdonar que cuente un chiste de la película: ¿sabe como le dice un bebé computadora a su padre? Data.