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Cereal de las alturas

Después del Año Internacional de la Quinua, es conveniente hacer una evaluación respecto a los objetivos cumplidos y resultados logrados de esta campaña emprendida por el Gobierno, que contó con la activa participación de los actores que conforman la cadena de valor del sector productor, transformador y exportador del grano de oro de los Andes.

En principio, el esfuerzo objeto de la campaña fue posicionar en el ámbito internacional y local a la quinua como un alimento de alto grado proteínico, que, co base en prácticas de siembra y cosecha ecológica, sea capaz de generar procesos de desarrollo traducidos en producción sostenible, incremento de los ingresos y aplicación de tecnologías innovadoras de producción orientadas a elevar la productividad, para así satisfacer las demandas externa e interna del cereal andino.

En el marco de la evaluación, el logro de este objetivo mayor puede ser valorado a partir del análisis y suma de las partes que lo componen. Desde la perspectiva de los logros, primero, la meta de posicionamiento de la quinua como alimento rico en nutrientes fue alcanzada, toda vez que países como Japón, Holanda, Australia y otros cuyos estándares de calidad e inocuidad son azarosos de obtener, certificaron sus cualidades como alimento de fuerte contenido energético y nutricional; segundo, el proceso de generación de tecnologías de producción y transformación costo-efectivas fue acelerado, lo que permitió mejorar el rendimiento por unidad territorial de cultivo, lo que conllevó a elevar los volúmenes de producción. Tercero, la necesidad de contar con certificación de denominación de origen, que incluya prácticas de cultivo amigables con la Madre Tierra, ha permitido ampliar los mercados internacionales de consumo.

Ahora, en el marco de la reflexión, existen diversos elementos que necesariamente deben ser corregidos, y en ese orden de análisis emerge un aspecto central que opaca el cumplimiento del objetivo mayor: la presión de una mayor demanda por quinua, especialmente la real, originada en los mercados externos, se ha traducido en un incremento exagerado del precio en el mercado interno que inclusive bordea en lo prohibitivo. Surge entonces la preocupación en forma de interrogante: ¿cómo es posible que un kilogramo de quinua que se comercializa en los mercados del país tenga el mismo precio al de un supermercado de Holanda?

Amén de los otros problemas que son intrínsecos en la cadena productiva de nuestro cereal milenario, la distorsión en el precio debiera ser la piedra angular que guíe las nuevas acciones gubernamentales de control de volúmenes, tal como se practica con el sector soyero o arrocero, para que las bolivianas y los bolivianos podamos acceder al p’eske de quinua y otras delicadezas gastronómicas.