Icono del sitio La Razón

‘Nuevo’ Gran Juego

En la segunda mitad del siglo XIX Gran Bretaña y Rusia se encontraron en su expansión imperiales en lo que hoy se conoce como Af-Pak, (Afganistán-Pakistán), por donde se abría al noroeste la India británica. El forcejeo diplomático y ocasionalmente militar, pero siempre por poderes, se llamó el Gran Juego. Fue una pequeña Guerra Fría avant la lettre. La disputa por Ucrania y dentro de ella, Crimea, es hoy otro Gran Juego en el que los actores son más de dos, como corresponde a un mundo multipolar.

El primer núcleo del conflicto implica a Rusia y Occidente, la OTAN, que es apenas una cobertura para Estados Unidos. Moscú se cobra Crimea como tuvo que soportar que su aliado ruso, Serbia, perdiera Kosovo en 1999. Y los poderes occidentales han empezado a imponer sanciones económicas y políticas a Moscú, pero, en particular Alemania, estarán deseando acotar el problema, y solo una improbable guerra entre Ucrania y Rusia  desestabilizaría duraderamente las relaciones Washington-Moscú. Si la situación, en cambio, se consolida, Rusia habrá perdido Ucrania, aunque con el premio de consolación de Crimea. Pero el Gran Juego apenas está comenzando.

China se abstuvo en la votación del Consejo de Seguridad que Rusia vetó, en la que se condenaba la secesión de la península balnearia. El líder chino Xi Jinping había hecho su primera visita internacional, en marzo de 2013, a Moscú; China firmaba un gigantesco contrato para el suministro a largo plazo de petróleo ruso; y se halla en estudio la construcción de un gasoducto entre ambos países. Pero de esa vinculación se deducen inquietudes contrapuestas. Analistas norteamericanos aventuran que la anexión de Crimea pueda interpretarse en Pekín como una carta blanca a sus movimientos “soberanistas” en el Pacífico contra Estados Unidos; que, de igual manera, aliente las reclamaciones sobre territorios chinos ocupados por Rusia durante aquel primer Gran Juego; y, al mismo tiempo, contradice las intenciones de Moscú de formar un gran pacto euroasiático, hoy centrado en la unión aduanera de Rusia, Belarus y Kirguizistán, que pretende transformarse en 2015 en una unión política que se extendiera a Armenia y Tajikistán. Las naciones centroasiáticas no pueden ver hoy con entusiasmo la desenvoltura con que Rusia castiga la desafección de Ucrania, y su nulo respeto por las fronteras internacionales. Y, como en una mesa de billar en la que cada movimiento tiene su reacción, esa futura Eurasia de dominación rusa, con su nutrida población musulmana, habría de inquietar a Pekín, que alberga minorías islámicas en tierra uigur.

Para Barack Obama, todo ello equivale a un complejo fin de reinado en el que está haciendo de malabarista con cada vez más platos en el aire. A saber: conflicto palestino-israelí; negociación nuclear con Irán; retirada de Afganistán; guerra civil siria; y ahora Ucrania. Ese es el “nuevo Gran Juego” en el que los potenciales actores no cesan de multiplicarse. Y todo empezó en noviembre de 2013 en Kiev.