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Una red de mentiras

La manipulación en Venezuela tiene cabida en textos difundidos como noticia por las redes

/ 22 de marzo de 2014 / 06:43

Nueve varones masacrados, con el torso desnudo que deja en evidencia las manchas de sangre, descalzos, yacen sin vida sobre el piso de una habitación. Sobre la foto a color, difundida por Twitter, la leyenda: “¡Necesitamos que esta foto dé la vuelta al mundo. ¡Estudiantes muertos en Maracay!”. La foto corresponde al 25 de julio de 2005 y fue tomada en Siria, no en Maracay, Venezuela.

Ésta es una de las centenares o miles de versiones manipuladas distribuidas por la red. La fotografía de un joven torturado en España y cuyo rostro se muestra a todo color al lado de su rostro desfigurado lleva el texto: “Esto fue hecho por los ‘humanistas’ pacíficos del criminal fascista asesino régimen PSUV. ¿Merece Perdón?”, y circula como si acabara de ocurrir en Venezuela. Un grupo de 12 policías antimotines en formación amenazante, a apenas metro y medio de un joven con los brazos en alto, captados en Brasil en junio del 2013, ahora en Twitter lleva el texto: “Dictadura, para muestra un botón”, como si acabase de ocurrir en Venezuela.

La foto de una mujer llorosa que casi abraza a un policía antimotines, captada en Bulgaria, ahora en el tuiter lleva la leyenda “Tú y yo somos venezolanos mi pana”. Dos policías que reducen a un civil, captados en la protestas estudiantiles de Chile, hace más de dos años, ahora circulan con el epígrafe “Urgente que esta foto le dé la vuelta al mundo. Venezuela #PaLaCalle”. Y hasta la patada de un policía griego a un perro, captada hace dos años en Grecia, ahora circula con el texto “La guardia Nacional no perdona ni a los perros. Será que el perro es un fascista nazi”.

La desinformación y manipulación sobre Venezuela también tiene cabida en textos difundidos como noticia por las redes: “… tropas cubanas han llegado al país en semanas recientes para defender al presidente Nicolás Maduro y reprimir las protestas antigubernamentales (….). Activistas opositores han publicado fotos tomadas a gran distancia de soldados no identificados que aterrizan en un aeropuerto militar, y de informes de personas con acento cubano que golpean a los manifestantes opuestos a Maduro. Pero Venezuela ya tiene muchos asesores cubanos militares y de seguridad en su territorio, unos 5.000 (…)”, divulgó como noticia la página web de una reconocida red de emisoras bolivianas esta semana.

Un político, también nacional, el 5 de marzo, primer aniversario de la muerte del presidente Hugo Chávez tuiteó: “Qué iba a imaginar Chávez, que el aniversario de su muerte, Maduro iba a pasar atrincherado en un cuartel, no tenía donde más hacerlo?”, y en otro: “Pueblo venezolano y sobre todo los jóvenes siguen lucha en calles, obligan a que Maduro se repliegue a un cuartel para recordar a Chávez”. Este político, por supuesto, no puede ignorar que el presidente Chávez descansa en el Cuartel de la Montaña, en Caracas, y allí se le rindieron honores.

La desinformación sobre Venezuela viene de lejos, pero se acentuó de forma grosera cuando se inició lo que es un inocultable intento de golpe de Estado, el 12 de febrero.

Parece obvia la existencia de un aparato donde se crea y se expanden estas versiones. Y ciudadanos que de buena o mala fe, las amplifican. De medios de comunicación, periodistas y políticos que de mala fe las amplifican. Es fácil deducir que los mentirosos buenos y malos, en el caso boliviano, lo hacen con la esperanza de que la caída del Gobierno venezolano debilite a su par boliviano y puedan, con la mentira, lograr sus metas.

Llama la atención que algunos de nuestros manipuladores, en su apasionamiento, no reparen en que el movimiento “de protesta” en Venezuela es liderado por sectores ricos acompañados de la inocultable acción del “imperio estadounidense”. Y que, mientras se dicen luchadores por la democracia, apoyan un golpe de Estado.

NdE. La Razón da la bienvenida a sus páginas al periodista Freddy Morales V., que escribirá quincenalmente en este espacio de opinión.

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/ 5 de abril de 2014 / 06:21

Marlene es abuela de cuatro nietos, pero demuestra la vitalidad de una mujer de 20 años. Es la dirigente de la comunidad Agraria Campesina Cachuela Mamoré, a pocos kilómetros de la ciudad de Guayaramerín. Va y viene, organiza, instruye, supervisa y atiende a las visitas en el campamento montado en una altura del terreno. A pocos metros, una docena de niños juega en el agua. Suben sobre las canoas y desde allí se lanzan haciendo piruetas para zambullirse, y tras sacar la cabeza, junto al resto, festejan la hazaña. El campamento está al lado de la vía que conduce a Guayaramerín y los niños juegan sobre el camino inundado por el río Mamoré que, de aquí en adelante, cubre totalmente no solo la vía.

La comunidad tiene 52 familias. Una caravana de canoas ingresa a la inundación. Su primer destino es la escuela donde la cancha de fulbito y básquet está bajo el agua. El resto del establecimiento está rodeado por más de metro y medio de agua. De allí, a los chacos, Marlene va relatando: esta plantación tiene plátano, guineo, cítricos, copoazú, cacao… el dueño es don Miguel (uno de los canoeros). Sobre las aguas aparecen las copas de esas plantas.

Ahora vamos a otro chaco, el espectáculo es idéntico. Vamos, dice Marlene, entremos para que vean cómo han quedado las plantaciones de banano. Vemos plantas cargadas de racimos aún verdes, plantas caídas y espacios vacíos sobre el agua, los espacios que dejaron las plantas que ya cayeron por la raíz y el tallo podridos.

¿Qué va a quedar cuando se retire el agua? Marlene, con la voz firme, responde que “va a quedar todo destrozado; tarda en bajar el agua y todo se muere por el agua y el calor que mata las raíces”. Pasamos junto a una planta de papayas con frutos a medio madurar. Le digo que las llevemos; la mujer explica que las papayas se ven bonitas pero ya no sirven, se las parte y están llenas de agua.

Entramos a otro chaco con el mismo panorama. Marlene empieza a murmurar, como repasando para ella misma, que le dijo a su marido que hay que empezar de nuevo, que todo el sembradío terminará podrido, que tanto trabajo “al agua” (nunca antes el término mejor utilizado). Y su murmullo sobre el recuento de pérdidas por primera vez le quiebra la voz, pero se rehace y otra vez, con tono firme, cuenta con orgullo anécdotas de sus cuatro nietos mientras con un tarro va tirando el agua que entra a la canoa.

Como Marlene, los campesinos de la Comunidad Agraria Cachuela Mamoré lo perdieron todo. Y todo, en el campo, son los sembradíos. Hay quienes influidos por la religión dicen que es el fin de los tiempos, que “está escrito”. Pero todos coinciden en el futuro incierto. Ahora reciben ayuda, alimentos, ¿pero y después?

La inundación empezó hace 45 días y este fin de semana el agua seguía creciendo. En la ciudad de Guayaramerín más de 18 barrios están bajo el agua que, en muchos casos, casi llega a cubrir los techos de las casas. En la capital, en el terreno del aeropuerto antiguo (que quedó casi en el centro de la ciudad), se construye un megacampamento de 400 carpas.

Son casi 2.800 las familias damnificadas en la provincia, las que multiplicadas por un mínimo de cinco personas por familia, suman una multitud. Y cada persona con la que se habla sonríe, como Marlene, acepta su tragedia y cuenta su historia. Pero antes de la despedida pregunta qué será de ella mañana, en 60 días, cuando —se espera— bajará el agua, el barro empezará a secar y habrá que volver… ¿a casa?

Saben que, para ellos, esta historia recién empieza. Que quedan semanas y meses como futuro inmediato y que ese periodo no está necesariamente en sus manos. ¿Entonces, en manos de quién? Ellos saben que están en manos de la solidaridad. Y la solidaridad puede estar en manos de quienes demasiado pronto olvidamos que la inundación ocasionó, en el ámbito nacional, más de 60.000 familias damnificadas.

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