En un marco conceptual muy general, los partidos políticos y agrupaciones ciudadanas deberían ser organizaciones estables, constituidas sobre las bases de una ideología y un programa de gobierno, que les permitan alcanzar sus objetivos una vez que accedan al ejercicio del poder político (principios ideológicos y programáticos).

Sin embargo, contrariamente a lo anteriormente señalado, existen partidos políticos y agrupaciones ciudadanas que se organizan en torno a la asociación de un listado de personas con cierto nivel de popularidad, cuya propuesta para acceder al gobierno se basa en mecanismos informales de reconocimiento de sus liderazgos por parte de la población o del entorno mediático. Esta anacrónica forma de hacer política en nuestro país data del siglo XIX y fue denominada “caudillismo”.

Lamentablemente, hoy en día vemos cómo partidos políticos y agrupaciones ciudadanas aspirantes a participar en la contienda electoral, se mantienen en aquella vieja lógica del caudillismo, centrando su accionar en lograr una confluencia irracional de agentes dispersos del espectro político, es decir,  partidos políticos pequeños, reconstruidos o de escasa relevancia; aislados liderazgos locales, regionales, sociales y sectoriales; y personas particulares con cierto renombre en un ámbito mediático; todos juntos y revueltos, pero con grandes diferencias en sus visiones de Estado, con una total falta de coincidencia en sus programas y con elevados niveles de contradicción en sus propuestas.

Conforme a lo anterior, vemos que para estas candidaturas, el objetivo general es la victoria por la victoria, el único proyecto político visible que tienen es ganarle al oficialismo en las elecciones y su principal estrategia se resume en un aforismo: “El adversario de mi adversario debe ser mi aliado”, dejando en un plano secundario la coherencia de sus principios ideológicos y programáticos.

Estos partidos políticos y agrupaciones ciudadanas al igual que sus propuestas son fácilmente comparables con la criatura de Frankenstein, aquel monstruoso y deformado personaje novelesco creado por Mary Shelley y que, según su mitología, fue construido con las partes de muchos cuerpos diferentes.

No obstante, la simbología de la criatura de Frankenstein en estos proyectos políticos, va mas allá de la mera comparación de la imagen, puesto que de acuerdo con la propia novela, la criatura al ser consciente de la aberración que representaba se vuelve contra su creador y lo persigue hasta destruirlo, un precio muy alto que corren el riesgo de pagar estos proyectos políticos y que se encuentra históricamente refrendado por las aparatosas caídas que sufrieron los antiguos líderes del caudillismo.

En un análisis similar al literario, estos proyectos políticos que refiero, al igual que la criatura de Frankenstein, representan una alegoría a la perversión que trae la búsqueda del poder.