Voces

Tuesday 16 Apr 2024 | Actualizado a 07:39 AM

Anotaciones a 32 años de Malvinas

No imaginaron que Chile estaba cerca y sirviendo al armado de los helicópteros de guerra británicos

/ 2 de abril de 2014 / 06:09

El 14 de junio de 1982, dentro de una casa calefaccionada que ayudaba a ignorar el frío glaciar, que se imponía en toda la región de aquel martes nevado a las seis de la tarde, el general Mario Benjamín Menéndez acababa de afeitarse; de calzarse los zapatos de charol negro, el uniforme de gala y las insignias (ganadas por escalafón) en el pecho.

Se miró al espejo y se vio esbelto. Bien plantado. Esperaba a su par, el general Jeremy Moore, que llegó mojado, cansado, con la ropa y las botas de fajina embarradas de nieve, y se firmó el acta de rendición. La guerra de las Malvinas había terminado.

El 30 de marzo de 1982, una movilización popular argentina amenazaba las bases de la dictadura, 400.000 personas en Buenos Aires llenaban la Plaza de Mayo y los alrededores.

La dictadura estaba acorralada, ya contaba con los 30.000 desaparecidos y el Gobierno francés reclamaba por la desaparición de dos religiosas de esa nacionalidad: el caso de “las monjitas voladoras”, ya que así las llamaban entre risas los militares que las habían arrojado con vida desde un helicóptero al Río de la Plata. El responsable de ese asesinato era el capitán Alfredo Astiz, quien también era responsable del  asesinato “por error” de la joven sueca Dagmar Hagelin y por la desaparición de algunas de las abuelas de Plaza de Mayo.

Entre los informes extranjeros y la presión de las movilizaciones populares, el gobierno de la Junta Militar hacía agua por todos lados.

Leopoldo Fortunato Galtieri, un oscuro general, dipsómano por aburrimiento e incapaz por naturaleza, en ese momento presidente de la República, se juntó con otros compañeros de aventuras el mismo 30 de marzo por la noche. Analizó la situación del país luego de la movilización e inmediatamente imaginó una eternidad de gloria.

Galtieri, en la soledad fervorosa de su eterno vaso de escocés importado, se imaginó a sí mismo guerrero y heroico… casi como San Martín. Dos días después desembarcaba en Malvinas un bote de goma con un grupo de seis militares que llevaban una bandera argentina, que clavaron sobre el territorio de la isla.

El general Galtieri, completamente ebrio, comunicaba entre estertores etílicos que el glorioso Ejército argentino había tomado sin resistencia las Islas Malvinas y para colmo de la estupidez, o de la mala leche, los militares argentinos imaginaron que Estados Unidos, que tanto los había apoyado con la desaparición de personas y la escuela de Panamá, se aliaría con Argentina.

No imaginaron para qué servirían los portaaviones ingleses. No imaginaron que Chile estaba cerca y sirviendo al armado de los helicópteros de guerra británicos que le llegaban en cajas dentro de aviones de transporte comerciales de su aliado de toda la vida: el Reino Unido.

El general Galtieri murió de cáncer y vejez en su casa, recordando seguramente el parte militar número 6, que leyó en cadena nacional, vaso en mano: “La junta militar comunica que siendo las 11.20 horas de este histórico 2 de abril de 1982, el comandante del teatro de operaciones Malvinas informó que: el gobernador inglés de las Islas Malvinas se rindió incondicionalmente ante las Fuerzas Armadas de la patria. Flamea nuevamente la bandera argentina en las Islas Malvinas. Misión Cumplida”.

Comparte y opina:

Para ordenar las ideas

Tenemos a mafiosos, corruptos históricos   y maleantes de toda laya dando lecciones de moral por televisión.

/ 9 de junio de 2017 / 04:14

Siempre suelo creer que es hora de pensar. También sé que es un ejercicio, a veces, tan estéril como escribir. Es cuando descubro, en la calle, que ideas que creo básicas no entran, que no se entienden y no se ve la verdad más evidente. Que la estupidez y el odio se llevan todo. El pan y el circo, la diversión perversa del comentario malicioso y falaz con que tanta gente se divierte; la ignorancia expuesta en la risa fácil; la maldad miserable como norma; la manipulación como esquema permanente y vulgar, pero efectivo; la miseria de la condición humana en las pantallas, taladrando cerebros y virtudes hasta convertirlos en esto que vemos a diario: gente riéndose entusiasmadísima y aplaudiendo, mientras corta, en su euforia pretendidamente triunfal, la rama sobre la que está sentada.

Cierta prensa “independiente, libre, pero responsable”, responde a los surtidores de sus cuentas bancarias, mientras se preparan para joder países enteros. Empezando por el propio, claro. Así es que tenemos a mafiosos, corruptos históricos y maleantes de toda laya dando lecciones de moral por televisión, tildando de corruptos a los decentes, por ejemplo. Asumen inteligentemente el imaginario de que los políticos son corruptos (imaginario real de cuando ellos estaban en el poder), y montados sobre la idea justificada que la gente tenía de ellos, comunican el modelo. Y la gente ríe y aplaude. Y de a poco se suicida, entretenida.

En Argentina, por ejemplo, ardían los canales contra Cristina Kirchner, y la gente, en medio de la euforia odiadora, votó por Macri, el candidato de la “prensa independiente”. Y ahí andan… descubriendo, tarde, que eran felices y la plata les alcanzaba para todo, y que Argentina era un país donde se vivía bien, porque el gobierno de Kirchner tenía políticas que les permitían vivir, mientras los argentinos pensaban que eso era magia natural, merecimiento por el esfuerzo. Resultado: se acabó la magia natural y el esfuerzo del trabajo se lo lleva una inflación que ronda el 70%.

Hoy tienen un ministro que recomienda no encender la calefacción en invierno para que les alcance la plata para pagar la factura del gas. Así pagan el gas, pero no les alcanza para la luz, el agua y la comida. Quitaron los subsidios universitarios, y los medicamentos para los jubilados bajaron de 74 a 7, porque otro ministro estima que parte del problema de la economía argentina es que “los viejos consumen demasiados remedios”.

También tienen otro ministro (el de Educación) quien dice —mientras vacían el país con una fuga de capitales nunca vista— que desde las escuelas “tenemos que crear argentinos capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla”. Convengamos que trabajan a futuro.

No es difícil ver, leyendo un poco, que los otrora corruptos vivientes del Estado en maniobras oscuras hoy son “El gobierno de la revolución de la alegría”. Cualquiera podría, yendo a Argentina y volviendo, decirles a los bolivianos: “oigan, vengo del futuro y este es el plan de la oposición”. Después de todo, la oposición boliviana es amiguísima de Macri, de Temer, y el plan es el mismo, y lo une la historia de estafas al país y la conciencia de clase, que como todo el mundo sabe, es mucho más sólida en la derecha que en la izquierda. Después de todo (de nuevo), van cuando hay elecciones y festejan y se sacan fotos con sus copartidarios. De lejos, pero… ahí están.

En eso andaba pensando. Sé que decir esto es estéril, pero bueno, lo escribí para ordenar un poco las ideas.
 

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Dicho en argentino

El gobierno del presidente Macri, ante la imposibilidad de negarlos, optó por “delincuenciarlos”.

/ 31 de enero de 2017 / 04:36

La guerra de Malvinas fue, sin duda, una bisagra continental y una muestra (también) de una de las características de una parte de los argentinos: la bipolaridad casi congénita. Al final ese abril de 1982, cuando escuchabas los gritos en las casas, no se sabía si se festejaba un gol de la selección en el mundial de España o si un Exocet había impactado en la flota británica. Así fue.

Pasaron otras cosas, como la llegada del entonces canciller Costas a Cuba, donde, para su sorpresa, Fidel Castro le mostró un mapa de Malvinas y le recomendó algunas acciones sobre el conocimiento del terreno. La profunda ignorancia del excanciller sobre Malvinas, lo hizo huir despavorido. O, dicho en argentino: arrugó frente al comunista.

Una de las cosas que generó admiración y un cierto tipo de ternura, fueron los “extranjeros” que se enlistaron para marchar a defender esa causa nacional.

Las cifras hablan de aproximadamente 20.000 peruanos, 12.000 bolivianos y 9.000 paraguayos. Las cifras varían un poco, dependiendo de la fuente, lo que resulta realmente irrelevante. Ellos estaban ahí.

En el caso de Bolivia, la historia se remonta a mucho antes: la primera invasión inglesa a las Islas Malvinas, fue en el año 1833. En ese entonces, el Mariscal Santa Cruz era presidente de Bolivia y, enterado del caso, mandó una carta protestando la invasión y dejando en claro que Bolivia solo reconocía a la República Argentina como unidad territorial sobre las Malvinas. Bolivia fue el primer país en protestar la invasión. La carta fue dirigida a la reina de Inglaterra y a su primer ministro, con copia a Buenos Aires. Dicho en argentino: Bolivia puso las bolas sobre la mesa defendiendo a la Argentina.

Tuve el privilegio de llevar una copia de ese documento a Vallegrande, con el exembajador Ariel Basteiro.

Desde todo aquello pasaron muchos años. Y la gente se movió de sus lugares de origen por distintas razones: económicas, de placer, por cambiar de aire. Por amor también, a veces.

Los migrantes suramericanos en Argentina, se calculan en 4,5 millones de personas. Según la CEPAL, hay un total de 28 millones de migrantes regionales, y el país con mayor recepción es Argentina: intelectuales, fabricantes, comerciantes, productores de comida. De la comida de los “argentinos”, de tal suerte que estos no podrán negar nunca la capacidad de trabajo y creatividad que aportaron los inmigrantes al país. Ni los de antes ni los de ahora. Ni los anarquistas españoles, ni los agricultores bolivianos. Ni los “ingenieros” italianos, ni los chapistas peruanos. No podrán negar a los panaderos alemanes, así como tampoco podrán ignorar los albañiles paraguayos. Ni con el justificativo de la bipolaridad congénita.

Ahora bien, el gobierno del presidente Macri, junto con su ministra Bullrich, ante la imposibilidad de negarlos, optó por “delincuenciarlos”. Dicho en argentino: se cagaron en todo.

Dejó de importar, no solo la historia, sino la capacidad intelectual y de trabajo actual que estos inmigrantes le aportan desde siempre al país. En todas las áreas. Solo por dar un dato: el mercado de abasto —que produce las frutas y verduras que consume Buenos Aires— sale de manos bolivianas. Lo mismo en gran parte de la carne y en la industria textil y en el comercio en general.

Con estos datos que seguramente ignora a conciencia el gobierno argentino, se me ocurre una sola pregunta: ¿qué pasaría si los inmigrantes hicieran una huelga general de, por ejemplo, 72 horas? ¿Que comerían los argentinos? ¿A dónde irían a hacer las compras cotidianas? ¿Qué sucedería con la construcción?

O dicho en argentino: si los inmigrantes fueran a esa huelga… ¿de qué mierda se tendrían que disfrazar mis queridos y bipolares compatriotaspara sobrevivir? Y no estoy hablando de la dignidad. Eso sería motivo de varias páginas.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

No sé… piénsalo…

Encima, Pamela ni siquiera apareció en la tele golpeada y llorando. De verdad que no colabora...

/ 1 de octubre de 2014 / 04:02

Sabemos que Pamela Álvarez, profesional, de 29 años, tomó un taxi a las 12.30 (aproximadamente), en la Terminal de Buses de La Paz. Llamó a su madre y le dijo que estaba de ida para su casa. Tres días después la volvió a llamar, de un teléfono prestado, llorando, y le dijo que sus raptores la habían tirado en la ruta a Copacabana. Hasta allí fueron sus padres a buscarla. En medio hubo un enorme movimiento de comunicación que, entre otras cosas, ayudó a encontrarla.

Dos días después del revuelo que significó hallarla viva, fue a declarar a la Fiscalía. Dio pocos detalles: que fue golpeada, dopada, que no recuerda nada más que un cuartito. O es de verdad que solamente es eso lo que recuerda, o tiene miedo. Cosa absolutamente justificada si tenemos en cuenta que al minuto salió la Fiscalía a decir que Pamela “no colaboraba”; y días después una psicóloga forense (líbrame de éstos) salió a decir públicamente que su versión era poco creíble. O sea que si Pamela recordaba o contaba detalles delicados, tanto la Fiscalía como la psicóloga la hubiesen puesto en riesgo de muerte ante sus raptores, diciéndole a todo el mundo lo que había contado.

Y como estúpidos no faltan, al momento salieron versiones en prensa e internet condenándola por mentirosa, por haber usado la tan noble sensibilidad humana al servicio de quién sabe qué capricho amoroso o conflicto familiar. Allí comienza la segunda parte del cuento, en una muestra de narcisismo rural que muchos envidiarían, la pobre gente que no tiene vida propia arrancó con el escarnio a “esta chica que tiene dos novios, que se escapó de su casa porque tampoco se lleva bien con la familia, se escondió en El Alto y encima tuvo el tupé de pedir que la vayan a buscar, luego de habernos usado a todos, que esperábamos angustiados. ¡Eso nos pasa por ayudar!”.

¿Cuál fue el pecado de Pamela? ¿Haber aparecido viva? Si hubiera aparecido muerta, degollada en un zanjón, tendríamos miles de post en internet lamentándolo, echándole la culpa al Gobierno, a la inseguridad ciudadana… Pero apareció viva, justo cuando estábamos listos para llorar en cámara… y nos arruinó la escena tan inspirada. Tan luego a nosotros, que hicimos el esfuerzo de darle clic a “compartir” en la computadora, teniendo la certeza de que eso nos da derecho a pedir explicaciones. Nos prometieron una película de terror y tuvo final feliz, y eso es imperdonable. Y encima, ni siquiera apareció en la tele golpeada y llorando. De verdad que no colabora…

Seguimos aplaudiendo eufóricos cuando el león clava el zarpazo sobre el cuello del moro encadenado, pero si el moro escapa a los designios ansiosos del público, nos vamos decepcionados a reclamar que nos devuelvan la entrada. ¿Eso somos? Pedimos por la vida, pero si sobrevive, la condenamos. Y somos implacables dentro de los márgenes de la estupidez y la mala leche más absoluta. Insisto: ¿eso somos? No sé… piénsalo…
 

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Oficialistas

En el país y los otros, los oficialistas de antes siempre tratan de ser los opositores de ahora iluminados, y su principal discurso suele ser la mentira, como pasa ahora con el caso del senador que fugó a Brasil, Róger Pinto.

/ 1 de septiembre de 2013 / 04:04

Aquel marzo de 1985 estaba infernal el clima en Río de Janeiro. Un calor cerrado acompañado de unas lluvias que lavaban favelas y nos dejaban a todos en estado de naufragio permanente, sólo se acompañaban con las noticias de la economía de malabaristas que imponía el presidente José Sarney, asumido por la muerte de quien fuera elegido presidente: Tancredo Neves. Pero nada de ello impidió que nos reuniéramos en casa del escritor y periodista Eric Nepomuceno, con Eduardo Galeano, a ver la presentación de su libro Las caras y las máscaras, de la trilogía Memorias del fuego.

Salir de la casa de Eric era de verdad una aventura. Estaba ubicada sobre la avenida Niemayer, entre Ipanema y Barra de Tijuca. Es como vivir sobre la Kantutani, pero tener debajo una picada de cien metros de precipicio y todo el mar por delante. Igual conseguí partir a mi puesto en la mesa de la DPA para enviar la nota sobre Galeano. La DPA (Agencia Alemana de Noticias) era la única que distribuiría esa nota. Se entiende, todos éramos unos pinches comunistas opositores y por suerte yo trabajaba en la DPA. La otra suerte era que Gustavo Shpangerberg, un uruguayo hijo de alemanes, dirigía la mesa latinoamericana de la agencia.

Por la tarde, y con la lluvia del día más calmada, me encontré con Eric en un barcito de Botafogo y no pude menos que comentarle lo que había escuchado:

— Escuché que dicen que estás pagado por el gobierno nicaragüense.

Eric soltó la carcajada y rascándose la barba me respondió sin parar de reírse:

— Es cierto. Pero la cagada es que me pagan ¡en córdobas!

Eric Nepomuceno era de los pocos periodistas que escribíamos (donde podíamos) sobre la revolución sandinista. Acosada por casi todos los periodistas, mentida por muchos medios de prensa, defendida por unos pocos.

Cuando se le acabó la risa, dijo muy serio: “Es lo que les queda: la desclasificación, la mentira, la infamia, la calumnia; me puedo estar cagando en ellos. Somos opositores y ellos no sólo son más, sino que son muchísimos y tienen sus sueldos al día y hacen su trabajo: mentir sobre nosotros. No hay que preocuparse, hay que seguir haciendo lo que hacemos… y veremos cómo acaba el cuento”. La noche proponía un par de tragos de whisky viendo pasar putitas por la bahía, pero con el plan “Cruzado” de Sarney, Brasil entero estaba en quiebra y los clientes escaseaban.

Cid Benjamin, exguerrillero, famoso por haber secuestrado años atrás al embajador de Estados Unidos, era el candidato de Luiz Inácio Lula da Silva a primer diputado por Río de Janeiro, y cuando acabó su cerveza me dijo: “¿Cómo será ser oficialista, eh? ¿Y que la derecha fascista sea oposición? ¿Imaginas eso? ¿Cómo será, eh?”.  Le respondí: “Una mierda, ser oficialista sólo puede ser una mierda”. Pero me quedé pensando.

En países como los nuestros, siendo de derecha es fácil ser opositor. Alcanza con leer los diarios y salir a responder sobre lo que los otros trabajan. No hace falta ser responsable ni disciplinado, mucho menos educado o inteligente. Es leer y responder y armar uno que otro escandalete de vez en cuando. Quejarte de todo creando martingalas fantásticas sobre planes pensados por vaticinadores del fin del mundo, y sobre todo los que son más mediáticos, que suelen ser quienes hicieron fracasar a nuestros países, escucharlos dar las recetas de la piedra filosofal de la felicidad de los pueblos. A eso se le agregan un par de exoficialistas ofendiditos que tengan la credibilidad de haber “sido parte” y listo.

Sólo es cuestión de ver quiénes escriben disparando desde trincheras prestadas con municiones húmedas, empuñando armas que tan mal resultado ya dieron antes. No es difícil saberlo. Es cuestión de preguntar por el exvice, Laurens de Arabia y por Sor Sabina. Ahora bien, ¿qué presupone para estos hoy opositores ser oficialistas?

Presupone el escarnio de la genuflexión que perdieron y añoran. Presupone la defensa del Gobierno a cambio de la paga que ellos ya no tienen. Presupone el rencor devuelto en forma de acción política que ellos hacían y ya no pueden hacer. Presupone el odio de tener que escuchar (y que los otros escuchen) todo lo que antes se deleitaban en ignorar divertidamente a conciencia.

Es complicado. Especialmente porque no es cierto. Y sigo pensando que ser oficialista es una mierda, a pesar de que los hoy oficialistas somos lo que nos tragamos durante lustros, metros de soga y kilos de plomo y hectáreas de soledad en la construcción de lo que hoy tenemos, peleando de manera desigual y sin llorar, y aún así hoy nos tocar escuchar amplificado hasta la sordera que digan que somos la misma calidad de oficialistas que fueron los hoy opositores.

Recuerdo que de la presentación del libro de Eduardo Galeano sólo se ocuparon dos medios “marginales”: Jornal O Mundo, y Cadernos do Terceiro Mundo.

No había un presidente venezolano que le regalara Las venas abiertas de América Latina a un presidente norteamericano ni había un presidente boliviano a cuya asunción fuera invitado Galeano para hablar. Entre otras cosas, porque mientras Pepe Mujica dormía adentro de un aljibe, mojado y con un arma en la cintura, la tropita clásica marxista andaba masturbándose perniciosamente con los libritos de Hegel mientras la derecha gobernaba con el Plan Cóndor.

Y cambió. Y como dice la canción que me permití reescribir, Mambrú se fue a la guerra y Róger Pinto peló para Brasil mientras su conductor rezaba para que no se le acabara la gasolina, porque llevaba un exsenador tan enfermo que cuando entró a Brasil no lo revisó ningún médico, pero lo subieron a un avión directo al Planalto Central, mientras la oposición de la que hablaba antes, festejaba que al fin Brasil había traicionado a Bolivia. Y perdón por la expresión, pero el festejo les duró menos que un pedo en una hamaca, porque el cuento del héroe en fuga terminó con el cargo del Canciller que entró como canciller y salió como embajador sin destino conocido (lo de la OEA es sólo especulación mediática todavía). Podría hacer una broma comparando a los opositores con Atila o con el pato criollo, pero sería una obviedad que no aportaría nada, así que mejor no. Porque igual hicieron lo de siempre, festejaron la “fuga a la libertad” y nombraron al encargado de negocios de Brasil en Bolivia como “lo mejor de la diplomacia brasileña y defensor de los derechos humanos”. Luego negaron que Dilma Rousseff hubiera sacado al canciller Antonio Patriota por lo de Pinto, y después, para completar la faena de lo ridículo, tuvieron el tupe de imaginar (y decir) que Dilma había echado a Patriota por no haber ayudado a Pinto antes.

Es la herramienta que les queda, como dijo Eric Nepomuceno aquella vez. El mismo Eric que escribió una crónica del caso el lunes pasado y que publicara el diario argentino Pagina 12. La misma crónica que le mandé a una senadora de la oposición, vía Twitter, y que me respondió “no es una nota periodística, es un trabajo por encargo, no es una opinión seria”, a tiempo de saber que todo el show que prepararon para la llegada de Pinto a Brasil, se acababa de desvanecer a la misma velocidad que el cargo del excanciller Patriota, mañana quizá, un exoficialista.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Últimas Noticias