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Anotaciones a 32 años de Malvinas

El 14 de junio de 1982, dentro de una casa calefaccionada que ayudaba a ignorar el frío glaciar, que se imponía en toda la región de aquel martes nevado a las seis de la tarde, el general Mario Benjamín Menéndez acababa de afeitarse; de calzarse los zapatos de charol negro, el uniforme de gala y las insignias (ganadas por escalafón) en el pecho.

Se miró al espejo y se vio esbelto. Bien plantado. Esperaba a su par, el general Jeremy Moore, que llegó mojado, cansado, con la ropa y las botas de fajina embarradas de nieve, y se firmó el acta de rendición. La guerra de las Malvinas había terminado.

El 30 de marzo de 1982, una movilización popular argentina amenazaba las bases de la dictadura, 400.000 personas en Buenos Aires llenaban la Plaza de Mayo y los alrededores.

La dictadura estaba acorralada, ya contaba con los 30.000 desaparecidos y el Gobierno francés reclamaba por la desaparición de dos religiosas de esa nacionalidad: el caso de “las monjitas voladoras”, ya que así las llamaban entre risas los militares que las habían arrojado con vida desde un helicóptero al Río de la Plata. El responsable de ese asesinato era el capitán Alfredo Astiz, quien también era responsable del  asesinato “por error” de la joven sueca Dagmar Hagelin y por la desaparición de algunas de las abuelas de Plaza de Mayo.

Entre los informes extranjeros y la presión de las movilizaciones populares, el gobierno de la Junta Militar hacía agua por todos lados.

Leopoldo Fortunato Galtieri, un oscuro general, dipsómano por aburrimiento e incapaz por naturaleza, en ese momento presidente de la República, se juntó con otros compañeros de aventuras el mismo 30 de marzo por la noche. Analizó la situación del país luego de la movilización e inmediatamente imaginó una eternidad de gloria.

Galtieri, en la soledad fervorosa de su eterno vaso de escocés importado, se imaginó a sí mismo guerrero y heroico… casi como San Martín. Dos días después desembarcaba en Malvinas un bote de goma con un grupo de seis militares que llevaban una bandera argentina, que clavaron sobre el territorio de la isla.

El general Galtieri, completamente ebrio, comunicaba entre estertores etílicos que el glorioso Ejército argentino había tomado sin resistencia las Islas Malvinas y para colmo de la estupidez, o de la mala leche, los militares argentinos imaginaron que Estados Unidos, que tanto los había apoyado con la desaparición de personas y la escuela de Panamá, se aliaría con Argentina.

No imaginaron para qué servirían los portaaviones ingleses. No imaginaron que Chile estaba cerca y sirviendo al armado de los helicópteros de guerra británicos que le llegaban en cajas dentro de aviones de transporte comerciales de su aliado de toda la vida: el Reino Unido.

El general Galtieri murió de cáncer y vejez en su casa, recordando seguramente el parte militar número 6, que leyó en cadena nacional, vaso en mano: “La junta militar comunica que siendo las 11.20 horas de este histórico 2 de abril de 1982, el comandante del teatro de operaciones Malvinas informó que: el gobernador inglés de las Islas Malvinas se rindió incondicionalmente ante las Fuerzas Armadas de la patria. Flamea nuevamente la bandera argentina en las Islas Malvinas. Misión Cumplida”.