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Planetita azul y verde

La percepción elemental del mundo que nos rodea es naturalmente infinita, no importa lo que uno camine o navegue, siempre habrá un “más allá” que continúa. De la Ilíada o de la Biblia podemos derivar la idea de que hasta un milenio antes de nuestra era, el universo era un gran bloque de rocas, tierra y agua de naturaleza plana y aparentemente ilimitado.

Nada que hiciéramos en un lugar dado afectaba otro sitio de éste. El matemático indio Aryabhata, unos 500 años antes de Cristo, llegó con sus mediciones de extraordinaria precisión a enunciar que éramos una esfera que giraba inclinada sobre su propio eje, con un diámetro que apenas se aparta 1% de nuestro conocimiento actual, y describió la imagen rotatoria del universo que nos rodeaba, con un enunciado de la teoría de la relatividad muy cercano al de Einstein. Genios siempre ha habido. Eratóstenes, 300 años después, volvió a medir el radio terrestre con un cálculo trigonométrico de la sombra de una columna en Alejandría y otra en Asuán, en el día del solsticio de verano, también con gran precisión. Ese conocimiento del planeta esférico rotatorio y finito se conservó por 1.500 años —como sacrilegio— hasta el renacimiento, limitando la capacidad para comprender nuestro rol de tripulantes de esta navecilla azul y verde en que vivimos. Nuestra nave es un organismo complejo e interactivo, razón por la cual todo lo que hagamos sobre el planeta, como con nuestro propio cuerpo, tiene impactos. Si comemos un pescado podrido, nuestro cuerpo de atleta deja de ser fuerte y admirado y se convierte en una piltrafa; si nos sobreexponemos al sol, 20 años después podemos morir por un melanoma; si no estudiamos o lo hacemos en el lugar equivocado, nuestra vida social y económica, y la de los nietos, puede verse muy afectada en el futuro.

Todos somos ahora conscientes de que con el exceso de gases de efecto invernadero (gas carbónico y metano) estamos cambiando el clima mundial, con enormes implicaciones económicas y sobre la calidad de vida de miles de millones. Lovelock en Gaia describe las características de la biosfera como las de un organismo vivo que toma macro-decisiones, ahora en contra de la plaga humana. Solamente imaginemos cómo se nutre el bosque más grande del mundo, la Amazonía. Cada día por el aire nos llegan desde el desierto del Sahara 54.000 toneladas de fertilizante, volando con el Viento Alisio, sobre miles de kilómetros de océano, fruto de una riqueza cuasi-infinita de esqueletos de plancton de un océano gigantesco que cubrió el norte de África. ¿Y si no… cómo se explica la selva más exuberante del mundo sobre los suelos más pobres de planeta? Todos somos mutuamente responsables en lo grande y en lo chico.