Dieta y política
El escritor Mario Vargas Llosa se dedica a repetir una taxonomía que es usada con escasa pertinencia en un libro de mal talante y poca fama (El regreso del idiota) y termina adoptando una pose new age para caracterizar a los gobiernos progresistas de América Latina. Esa clasificación distingue entre una izquierda de corte “carnívoro” y otra izquierda de confección “vegetariana”. Corte y confección. No se requiere mucha astucia de zorra para darse cuenta de que la primera metáfora está dirigida a los gobiernos que él califica como “autoritarios” y “demagógicos”; dos maneras de decir que son cualquier cosa menos democráticos. En la sartén de enfrente están los gobiernos que, a su juicio, son democráticos porque las instituciones son fuertes, no dependen de líderes carismáticos y se distinguen porque existe alternancia en el poder. Y si se trata de éxitos en la lucha contra la pobreza y la desigualdad social destaca el caso peruano (no importa en este caso la “calidad de la democracia”), aunque para atacar a los presidentes de Venezuela, Ecuador y Bolivia rememora el estilo de Fujimori en un enredo conceptual cercano al chopsuey de la comida china. Trozos mezclados.
Es otra receta con los mismos ingredientes, pero sin condimentos, repite los argumentos reduccionistas que, en ciertos meandros del mundo de las ciencias políticas, contraponen social-democracia y populismo como riberas opuestas de un río que divide nuestro continente. Desde hace más de una década, ante la modificación del mapa político de América Latina con las victorias electorales de partidos y/o líderes políticos de izquierda, se fue imponiendo de manera paulatina —hasta adquirir rasgo de sentido común amplificado por los mass media— una clasificación simple que distingue entre gobiernos socialdemócratas y gobiernos populistas. Los primeros corresponderían a los países del cono sur: Chile, Brasil, Uruguay y, en menor medida, Argentina. En cambio, el mundo andino sería el ámbito de manifestación del populismo y sus casos expresivos son Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Algunas interpretaciones más elaboradas sustentan esta distinción en las características del sistema de partidos (su estabilidad o crisis), en los rasgos del liderazgo político (supremacía o subordinación respecto a las instituciones), en la orientación de la política económica (estatismo o mercado) o en las pautas de la cultura política (ciudadanía o corporativismo). Entre las interpretaciones antinómicas abundan los prejuicios evolucionistas que vinculan socialdemocracia con “civilización” y populismo con “barbarie”. En esta larga lista podemos situar esta poco digerible clasificación basada en la dieta. Por eso, para Vargas Llosa y compañía, la izquierda “vegetariana” es educada y racional, moderna, formal y cortés (sui géneris), aunque Pepe Mujica sería un ejemplo contra-fáctico, la excepción de la regla. ¿Qué reacción habrían tenido Vargas Llosa y sus acólitos si es que Hugo Chávez o Evo Morales hubieran sido los autores de la célebre frase “era mejor negociar con el tuerto que con la gorda”? Sin duda que habrían condenado esa conducta como expresión de canibalismo. Una conducta muy alejada de la etiqueta, de esa finura que llevó a caracterizar a la izquierda francesa como una “izquierda caviar”. Es posible seguir con las alusiones alimenticias hasta quedar atragantados y por eso resulta extraño que los autores de El regreso del idiota no planteen una “tercera vía” a partir de la comida marítima que tiene fama de sana y nutritiva, no densa como la carne, ni insulsa como la verdura. Posiblemente no quieren hacer alusión alguna a la penosa incursión de Vargas Llosa en las lides electorales y que fue retratada en su libro El pez en el agua, una curiosa imagen para dar cuenta de su desconcierto ante la política y sus sin/sabores.