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Estamos bien, vamos mal

Las cifras disponibles sobre el desempeño económico al finalizar el primer trimestre de este año corroboran lo que ya anticipaban varios analistas y organismos internacionales. La economía mundial está perdiendo impulso; la recuperación en los países industrializados no se consolida; el crecimiento de algunas de dichas economías es positivo, pero ciertamente insuficiente para bajar el desempleo hasta niveles socialmente aceptables.

También el entorno sudamericano tiene dificultades y todo hace pensar que la supuesta “década de América Latina” no logró materializarse. Los resultados de los diferentes países son diversos; unos pocos mantienen un ritmo por encima del 5%, pero la gran mayoría se ubica en niveles inferiores a los del quinquenio pasado.

Para el análisis boliviano importa lo que ocurra con nuestros socios comerciales, especialmente Brasil, que es el principal comprador de nuestro gas natural y, por consiguiente, también el soporte principal de nuestra bonanza externa y fiscal de los últimos diez años. Los pronósticos sobre esa economía anuncian dificultades tanto en materia de un menor crecimiento general, así como de un aumento de las presiones inflacionarias, todo lo cual complica el último tramo de la gestión de la presidenta Dilma Rousseff.

Los indicadores bolivianos también apuntan a un cambio de tendencias. El crecimiento de las exportaciones en el primer trimestre ha sido mínimo. La tasa de aumento anual de las reservas internacionales también ha disminuido notoriamente. Los gastos del Gobierno en año electoral tendrán un aumento significativo, pero no está garantizado que los ingresos evolucionen a la par. Todo indica que este año el Gobierno será más cauteloso en cuanto a los incrementos salariales en comparación con el pasado. La reciente oferta de incremento no muestra la generosidad con la que se manejaron los salarios en el pasado, y es probable que la autoridad financiera esté ya anticipando que tendrá que cumplir el compromiso del doble aguinaldo si la economía crece por encima del 4,5%, meta que no parece difícil de alcanzar este año. Considerando que el Estado es el principal empleador  del país, también sus arcas resentirán en mayor proporción el peso de este gasto extraordinario. Los indicadores mencionados deben ser complementados todavía con la referencia al servicio de la deuda pública, que ha crecido notoriamente a lo largo del año pasado. Si se suman todos estos gastos, no sería sorprendente que las cuentas fiscales muestren un déficit a fin de año, por primera vez desde que Evo Morales ejerce el gobierno.

Vistas las cosas con ojos del oficialismo nada de esto es preocupante, y la comparación con otras economías su-   damericanas todavía resulta altamente favorable. A corto plazo puede haber una cierta justificación para tal autocomplacencia. En un horizonte más largo, la evaluación resulta menos favorable.

El conjunto de indicadores macroeconómicos no se ha expresado en efecto en una tasa de crecimiento promedio por encima de la que se alcanzó en el anterior ciclo de bonanza externa de los años 70. Tampoco se ha superado la enorme vulnerabilidad respecto del deterioro de los términos del intercambio, y eso se manifestará más pronto que tarde en la situación del sector minero, cuyos problemas ya se han puesto claramente de manifiesto en estas semanas. Si no se pudo establecer un nuevo orden minero en la época de bonanza de precios, será muy difícil hacerlo cuando éstos bajen a un nivel inferior.

Para cambiar la matriz productiva se necesita un enorme impulso a la inversión privada de capital en el sector industrial, y eso requiere un cambio de enfoque de la política económica que ha prevalecido hasta ahora, algo difícil de esperar en un año electoral.