Ucrania: el juego sigue
Han pasado solo unos días desde que Crimea decidió independizarse —referéndum mediante— de Ucrania y abrazar a su patria madre, Rusia. Acto seguido, Estados Unidos inició una serie de represalias, entre ellas, el retiro de la visa para entrar a su territorio y el congelamiento de las cuentas bancarias de empresarios allegados a Vladímir Putin y a algunos miembros del Gobierno ruso. Putin respondió, con una sonrisa en la boca, que abriría una cuenta en el banco Rossiya, propiedad de uno de los empresarios afectados y, acto seguido, aprobó la anexión de Crimea.
Pero, fuera de las anécdotas, sucedieron cosas de mayor relevancia: en una votación a fines de marzo, la Asamblea General de las Naciones Unidas le negó a Crimea el reconocimiento de su autodeclarada independencia —bloqueando la posibilidad de que la anexión a Rusia sea reconocida a nivel internacional—; Rusia le subió el precio al gas que le exporta a Ucrania y —lo más interesante— separatistas pro-rusos en Ucrania tomaron a la fuerza el control de varios edificios estatales en las ciudades orientales de aquel país.
Esta movida puso los pelos de punta al presidente ucraniano, Turchinov, y alarmó a John Kerry, quien dijo temer que el mundo se encamine a una tercera guerra mundial, criterio que fue calcado por más de un entusiasta analista internacional. Mientras tanto, el Ministro de Relaciones Exteriores ruso señaló que su gobierno está extremadamente preocupado con la decisión del Gobierno ucraniano de romper a fuerza y fuego las protestas separatistas. Puede haber guerra civil. Putin, mientas tanto, se queda en silencio.
Y a ratos los silencios dicen más que las declaraciones públicas, pues. El silencio de Barack Obama es elocuente también. Veamos: es cierto que puede haber guerra civil si la situación del este de Ucrania se sale fuera de control; es también cierto que si todo el embrollo no se encauza de buena manera, la guerra civil puede degenerar en una guerra regional y —en el peor de los peores escenarios— en una guerra mundial. Pero éste es un escenario que nadie quiere: no lo quiere Rusia, cuyo desempeño económico no está en su mejor momento (cerró con un estimado de 1,3% en 2013), y no lo quiere Estados Unidos, que ya bastante tiene con los millones en gasto militar a causa de las ocupaciones neoimperiales en el Oriente Medio, y no lo quiere Europa, que no acaba de recuperarse de la crisis financiera global.
Y, bueno, lo que pasa es que hay cosas en juego que no están resueltas: no está resuelto el ingreso de Ucrania a la OTAN. Este punto es de particular preocupación para Putin. El Presidente ruso quiere mantener a la OTAN lo más lejos posible de sus fronteras. Este punto puede ser también el más explosivo.
Tampoco está resuelto el tendido del gasoducto de la corriente del sur (South Stream), que proyecta llevar el gas ruso a través del Mar Negro directamente hasta Bulgaria, excluyendo olímpicamente el territorio ucraniano. La Unión Europea ha amenazado con vetar el proyecto mientras no se ajuste a la legislación europea, (o —especula su columnista— mientras no se resuelva el conflicto de Ucrania, lo que suceda primero).
Europa depende del gas ruso para su abastecimiento de energía; al menos un cuarto del consumo del gas de Europa es provisto por Rusia. De manera similar, Europa es el principal cliente del gas ruso. Frenar ese suministro perjudica enormemente a ambos actores. De momento, estamos viendo una danza de movimientos de amenazas y contra-amenazas, a ver quién pude subir más la vara de la negociación. Continuará.