En junio de 1992 se celebró en Río de Janeiro, durante nueve días, la Cumbre de la Tierra. Participaron 178 países, 400 organizaciones no gubernamentales y 17.000 personas asistieron al foro paralelo. Allí, el presidente de Cuba, Fidel Castro, en los cinco minutos que se dio a los jefes de Estado advirtió que “una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el ser humano. Ahora tomamos conciencia de este problema cuando casi es tarde para impedirlo”.

En Río se aprobó el Programa o Agenda 21 que recogió algunas de las 2.500 recomendaciones para un de-  sarrollo sostenible, la convención sobre el cambio climático para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que condujo, en 1997, a la firma del Protocolo de Kioto, la declaración sobre los bosques y el Convenio sobre la Diversidad Biológica. 

En 2012 se celebró la Cumbre Río+20, también con una agenda ambiciosa ante el recuento dramático del fracaso de los compromisos en las dos últimas décadas. Por ejemplo, la diversidad biológica disminuyó en 12%, en todo el mundo aumentaron en 42% las zonas dotadas de protección del medio ambiente, pero solamente el 13% de la superficie de tierras del planeta, el 7% de sus aguas costeras, y 1,4% de sus océanos están protegidos.

Entre el 20 y 30% de las especies conocidas corren riesgo de extinción antes de 2100 debido a efectos del cambio climático, y si se confirman los aumentos mundiales de temperatura de entre 2 y 3 grados. Desde 1990 la zona arbolada primaria disminuyó en 300 millones de hectáreas.

Entre 1992 y 2005 aumentó en más de 40% el uso de recursos naturales en el mundo. Cada año se pierden más de 200 millones de hectáreas de tierras productivas por la desertificación, lo que equivale a perder, cada diez años, una superficie igual al territorio de Sudáfrica. En los próximos 25 años la degradación de los suelos amenaza con reducir la producción de alimentos en 12%, lo que aumentará en 30% su precio, el deshielo de los glaciares…

El listado de predicciones desastrosas, todas confirmadas entre la Cumbre de 1992 y Río +20 de 2012, según los documentos oficiales de las Naciones Unidas, parece un interminable rosario de terror. Lo extraordinario es el empecinamiento de la raza humana para destruirse.

Por casa tampoco parece haber mucho ejemplo para predicar pese al bálsamo del discurso sobre la Madre Tierra y otros esfuerzos. Hay anuncios de elevar de 4 a 13 millones las hectáreas cultivables, con argumento de soberanía alimentaria, para sembrar, especialmente, más soya transgénica. Los expertos afirman que el debate inmediato será la introducción de maíz transgénico también para exportación. La nueva Constitución que inicialmente declaraba “Bolivia, país libre de transgénicos”, a último momento abrió la puerta a su uso. La nueva Ley de Minería, un triunfo de las cooperativas del sector, amenaza con convertirse en una de las más rotundas derrotas para todos los bolivianos.

La proximidad de otro Día Mundial de la Madre Tierra (22 de abril, proclamado por las Naciones Unidas), hace imprescindibles estos recuentos y recuerdos. En una reunión con estudiantes bolivianos, en el marco de la Cumbre de la Tierra, en 1992, un poco en broma, se le preguntó a una estudiante cruceña, de padre industrial maderero, por qué no adoptar prácticas tan simples como cumplir con las normas de cortar un árbol de madera preciosa y plantar tres o cinco para que la especie se fortalezca y haya más riqueza natural para explotar. La joven dijo que sí, que en esos términos había hablado con su padre y la respuesta que tuvo fue: “Mire mi hija, si usted sigue pensando de esa manera, usted se va a volver pobre”.