El periodismo es el mejor oficio del mundo. Ése ha sido el sentimiento del creador de La Jirafa, esa columna publicada por el Heraldo de Barranquilla (Colombia) entre 1950 y 1952. Pues sí. Ésa fue la conclusión a la que llegó Gabriel García Márquez en la 52 Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa de 1996.   

Y es que el periodista, nacido el 6 de marzo de 1927 en Aracataca (Colombia), describió la vida cotidiana y contó las historias con las que pudo llegar a las puertas de Macondo, aquel sitio mágico y real, susceptible ahora de ser declarado patrimonio de la humanidad.

El Gabo, como fue conocido en esta tierra de demonios y ciénagas, criticó a los colegas que confiaban sus reportes a sus grabadoras. Es que al final, esos son artefactos que fallan justo cuando el avispado periodista se pierde en los laberintos de su propia humanidad, como es natural.

Sensible al perfume de la hojarasca, el periodista interpretó la realidad de América Latina, –mágica, controversial, intensa; única– y escribió para que le entienda todo el mundo. Gabriel García Márquez descubrió Macondo y nos contó cómo había sido aquel sitio que estaba en frente de nuestras narices; narró con ética, sin los ambages que suelen disimular la crudeza del mundo. Tuvo ideología y la defendió con el discurso que construye la realidad, no con la retórica, fugaz, hipócrita y amable.

Sobre la vida de García Márquez se ha escrito mucho en estos días y justo cuando su cuerpo dejó su domicilio legal; cuando la muerte vino a visitarle. “¿Ha muerto? Nos han dicho… Como si pudiese”, se ha escrito en uno de los centenares mensajes que han poblado nuestro hábitat electrónico de redes sociales.

De hecho, una gran parte de los diarios de América Latina han evitado cifrar la noticia con la “muerte”. Y es que han preferido destacar al maestro, al periodista, al escritor universal. 

Al creador de Macondo, que cuestionó la barbarie empresarial de la compañía bananera que trajo miseria y muerte a la tierra de los Buendía, le han hecho homenajes, desde el día que partió. A esta hora, ya estará allí, disfrutando de los personajes que arrancó del olvido oficial, sintiendo el aroma de las llanuras, de las selvas; de la nieve del Ande. Estará de blanco, como cuando le entregaron el Nobel.

El viaje que hizo hace poco el escritor de los Cien años de soledad, está dicho, reavivará el interés por sus libros. Por recordar los consejos y las reflexiones sobre la necesidad de recuperar las historias con el rigor del género estrella: el Reportaje. De mirar la realidad con la posibilidad de descubrir un mundo como fue aquel tejido de palabras: Macondo.