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Simplemente, Gabo

Al igual que Úrsula Iguarán, personaje de esa entrañable novela Cien años de soledad, el inmenso Gabriel García Márquez se nos fue en un Jueves Santo. Y por estos días la mayoría le recuerda por esa magistral entrada a su inconmensurable obra: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar…”.

Para mí, el pasaje literario que me impactó hasta los huesos fue cuando los pobladores de Macondo —aquel territorio imaginado por el escritor— pierden la memoria, le tocó a José Arcadio batallar contra ese olvido y para eso usó el lenguaje para reconstituir a la sociedad: “Ésta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche”. Asimismo, marcó con un hisopo que decía “Macondo” y otro más grande que decía “Dios existe”. Qué forma maravillosa de narrar literariamente la génesis de una sociedad construida a través de las palabras: el lenguaje.

De este modo se reconstruye la sociedad a través del lenguaje y el lenguaje estructura el poder (dixit Foucault). O como diría el propio Nietzsche, el lenguaje ya no es considerado una representación exacta del mundo, de nuestras creencias, valores y costumbres; ahora se trata de un lenguaje que “sujeta, crea, permita y somete”. El poder, al ser la relación que está presente en todas partes, atraviesa incluso los discursos, que son representaciones de objetos, pero también de imaginarios. Y, con ellos  se (re) estructura un orden social así como un orden simbólico. Esta alusión literaria, sirve, aunque de manera alegórica, para ilustrar la maestría de García Márquez de reflejar cómo el lenguaje, en este caso literario, trasciende la propia imaginación para convertirse en un realismo mágico. Así es América Latina representada en Macondo, y posiblemente en la figura de Aureliano Buendía el entrañable Gabo ilustraba metafóricamente los avatares de la propia reconstitución de nuestras sociedades latinoamericanas signadas por un colonialismo lacerante, configurado por el lenguaje: el idioma español que fue resistido por varios pueblos indígenas aferrándose a su memoria ancestral y a sus propias vivencias mágicas. Como diría Oswaldo Bayer: “Quien descubrió Latinoamérica no fue Colón, sino García Márquez”.

El Gabo tenía esa sensibilidad de captar metafóricamente, en sus tramas y en los personajes de sus novelas, los entretelones subjetivos de la sociedad, sus esperanzas y también sus miedos que le empuja inexorablemente, por ejemplo, a la búsqueda de chivos expiatorios que sirven para expiar sus propias culpas o espectros, como ocurre en Crónica de una muerte anunciada, en la que el personaje central, Santiago Nazar, muy querido en el pueblo es asesinado por los hermanos Vicario tras ser señalado injustamente por la hermana de éstos; Ángela Vicario, en su afán de proteger al verdadero culpable, acusa a Nazar de haberle quitado la virginidad.

En El coronel no tiene quien le escriba, el personaje principal, un coronel jubilado, a pesar de que no tenía un centavo para comer, antes de ceder a la tentación de “venderse por unos pesos” y traicionar así la memoria de su hijo, en un acto de dignidad humana se niega a claudicar. Esta actitud se retrata en el último pasaje literario de este relato, ya que ante la insistencia de su esposa (“¿qué vamos a comer ahora?”), como escribió el propio Gabo sobre el coronel, éste “se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: Mierda”. Por eso y mucho más, grande Gabo.