Existen diferentes tipos de dictaduras y una en especial se propaga incluso en las democracias más sólidas: la del gusto, especialmente el que se refiere a las disciplinas artísticas.

Es peligroso reconocer que uno no tiene aprecio por un autor, novela, obra o película que es universalmente laureada o, peor aún, admitir que encontró es “novelita barata”, “ese libro de autoayuda” o esa “basura de película” entretenida o aceptable.

Si en los regímenes dictatoriales se utilizan términos como “amoral”, “antipatriótico” u “obsceno”, los fascistas de la cultural esgrimen adjetivos calificativos como “comercial”, “superficial” o “alienante”.

Y, al igual que en cualquier tipo de sociedad, los representantes del status quo cultural tienen sus dioses, los cuales son, en su criterio, a prueba de toda crítica.
Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Michael Haneke, Salvador Dalí, Silvio Rodríguez… son algunos de esos grandes nombres intocables y, al otro lado de la lista, tenemos títulos como Crepúsculo, Rambo, Robocop, regaetton, heavy metal.

El arte gusta o no gusta y cada quien debe tener todo el derecho de manifestarlos libremente sin correr el riesgo que un crítico en los medios clasifique de “estupideces” o “de ignorancia” las opiniones o recibir mensajes agresivos mediante internet, espacio de mayor libertad de opinión y su respectiva censura en el mundo.

Y es que el “me gusta” no es una calificación categórica de la calidad de una obra, sino de la respuesta que genera en el individuo. Cuando uno asegura que no disfruta, por ejemplo, del realismo mágico de Gabriel García Márquez no está diciendo que piensa que es malo. No está cometiendo un pecado, simplemente está manifestando una reacción emocional, que es lo que el autor busca.

Sí, es cierto que muchos “no me gusta” parten por la falta de información o comprensión del mensaje, pero eso no justifica ser víctima de ataques.

Caso de ejemplo, recientemente se emitió un polémico episodio de la serie Juego de Tronos que dividió a los aficionados entre los amantes del libro, que inmediatamente atacaron a los que conocieron la historia por el programa y aún no leyeron los textos.

Otro ejemplo, con su muerte García Márquez volvió a estar bajo el foco internacional en su puesto del olimpo literario. Entonces, ¡pobre aquel que confiese que prefiere a Vargas Llosa! Bien podría decir que le gusta asar bebés.

Así como exigimos la libertad de expresar nuestras opiniones, también debemos respetar las que escuchamos. Podemos discutir, pero, al final, no queda otra que recordar que “Entre gustos y colores…”.  

Es periodista.