La educación sexual o para la sexualidad siempre ha sido un contenido vedado y atemorizante en los currículos escolares, con mayor o menor carga, dependiendo del punto de vista que se plantee como prioritario. Si se piensa que enseñando las consecuencias de las relaciones sexuales o coitales a niñas y niños les estamos provocando a mantenerlas más adelante o inclusive a esa edad, se está obviando que existe un contexto que les dice que el sexo existe, pero no les enseña cómo transitar ese nuevo camino sin consecuencias para toda la vida. Si no se mueve la base de la estructura, no estamos cambiando nada.

Hace unos días vi algo que me dejó muchos fantasmas en la cabeza. En la ciudad de los anillos, en una rotonda cualquiera y ante un semáforo rojo estaba una mujer joven, quizá adolescente, vestida como se visten cientos de chicas que van a pirañear (coquetear, ligar) a la plaza principal o a tomar helados con sus amigas, pero con un portabebé colgando de los hombros y pasando de ventanilla en ventanilla. Imaginé que pedía las monedas que les sobraban a los conductores. Supongamos que no vivo en Bolivia y me pregunto: ¿acaso, pues, no enseñan en las escuelas acerca de las razones por las que una se embaraza y cómo hacer para que no ocurra?

En nuestra sociedad diariamente las niñas, niños y adolescentes son atacados con publicidades que dan el mismo valor a una cerveza y a una mujer, oyen a un gobernante hablar de quitar el calzón a sus subalternas como si fuese su sombrero y, junto con el desayuno, ven en los programas mañaneros a modelos desfilando con ropa interior “sexy” en medio del supermercado al que van cada semana. Así no es tan difícil entender el embarazo adolescente y la violencia machista en las parejas de esas edades.

La mujer es el objeto que se puede vestir y desvestir a gusto y gana del ojo que mira, y se place del resultado. Sin embargo, desde la Constitución Política del Estado nos dicen que nuestros derechos a vivir sin violencia están garantizados y que el Estado está trabajando por mejorar nuestras condiciones de vida.

Lo mismo que las leyes, los problemas sociales no están aislados, y por más que se quiera, no es posible obviar su relación. Podemos tomar los embarazos adolescentes, violaciones y abusos a niñas y adolescentes; y la violencia machista hacia las mujeres como problemas específicos, con distintos responsables, actores y características; pero también podemos tratar de entenderlos como productos del medio social. Por lo cual, todas y todos los demás sí cumplimos un papel: hemos naturalizado la violencia estructural. Hasta que no se vea de esa magnitud, seguiremos tratando de ponerle parches a los síntomas.

Tal vez darnos cuenta de ello es quizá un paso demasiado difícil de dar; sin embargo, no creo haber sido la única que vio a esa joven o adolescente con un bebé en brazos mientras pedía limosna en una avenida por la que transita una gran parte de Santa Cruz de la Sierra. De haber sido así, igual no es difícil ver por las distintas calles a mujeres ayoreas o campesinas de los ayllus del norte de Potosí o sur del Oruro en condiciones mucho peores, por lo cual, nadie puede decir que eso no ocurre.