De bananas, fútbol y racismo
Craviotto fue el único que denunció públicamente la existencia de racismo en el fútbol boliviano
Los bolivianos, en el afán de cumplir nuestro designio como si fuera parte de una coartada perversa del destino, asumimos el papel de víctimas. Por eso nos indignamos (con mucha razón, por cierto) por la forma cómo nos tratan los otros, especialmente cuando las estigmatizaciones vienen de fuera del país. Me refiero particularmente a aquellos modos generalizados que tienen varias barras bravas del fútbol argentino de usar cánticos racistas y alusivos hacia nosotros para, por ejemplo, descalificar a sus rivales.
Ironías de la vida. Las barras de varios equipos bolivianos entonan esos mismos cánticos argentinos, y si bien cambian el sustantivo, mantienen intacto el adjetivo xenófobo. No obstante en el país a nadie se le rasgan las vestiduras por estas actitudes, que se han vuelto algo cotidiano. Se han naturalizado.
Mientras, en Europa se ha generado una gran polémica porque un hincha español le lanzó un plátano al jugador afrobrasileño del Barcelona Dani Alves en señal de racismo. Cualquiera que haya pisado alguna vez un estadio en Bolivia ha debido observar cómo individuos cobardes que, mimetizados en la masa, amparándose en la distancia y en el anonimato, insultan a los futbolistas con adjetivos racistas. Es más, incitan a los demás para que se hagan eco de su burdo insulto, cantando por ejemplo al unísono la arenga: “¡Quien no salta es un llama!”. Y todos, como androides estúpidos, saltan.
Paradojas de la vida. Hace tres años, un argentino, el entonces estratega de The Strongest, Néstor Craviotto, fue el único que denunció públicamente la existencia de racismo en el fútbol boliviano: “Es un pan de cada día”, dijo. Este racismo se siente cuando los equipos del altiplano (La Paz, Oruro o Potosí) van a Cochabamba o a Santa Cruz, y también a la inversa. Sea como fuere, hay un hecho incontrastable: existe racismo en el fútbol boliviano.
Este hecho discriminador es muy generalizado en todo el mundo. Hace tiempo el propio jugador brasileño Dani Alves denunció que fue víctima de racismo por parte de los hinchas del Real Madrid. Inclusive en la Argentina hay dos hechos recientes contra los bolivianos. Uno ocurrió en el clásico argentino, Boca vs. River, cuando el árbitro tuvo que suspender el partido durante algunos minutos porque la hinchada del equipo millonario vociferaba cánticos xenofóbicos contra los bolivianos y paraguayos. El otro caso sucedió hace más de un año, cuando hinchas del club Talleres de Córdoba mostraron una bandera boliviana a modo de insulto contra su rival Belgrano, en el clásico del fútbol cordobés. Este partido también fue suspendido por algunos minutos.
Ahora bien, según una normativa de la liga profesional de fútbol boliviano, en las canchas del país “que queda terminantemente prohibido el uso y despliegue de pancartas con leyendas discriminatorias u ofensivas a clubes, dirigentes, jugadores, cuerpos técnicos y en general contra cualquier persona vinculada a la actividad deportiva”.
Sin embargo, esta normativa es inocua, ya que los insultos vienen no escritos en pancartas, sino en forma de griterío desde las tribunas, propiciados muchas veces por las barras bravas que burdamente remedan a esas hordas futboleras de otras latitudes, que se parecen más a brigadas nazistas que a barras deportivas civilizadas y, obviamente, no hay ningún árbitro con la personalidad de amenazar con suspender el partido si esos actos xenófobos persisten. Mientras la FIFA aplica sanciones pecuniarias por actos racistas desde las tribunas, aquí en Bolivia nadie dice nada, y aun peor, se hacen a los de la vista gorda con el racismo burdo que impregnó al fútbol boliviano.