Y dale con Percy
Aquí no es necesario ser rey. Basta con ser alcalde, eso te da permiso para toquetear a las mujeres.
Lo hicieron chichisco, a Percy. No dejaron espacio ni para las disculpas (tan mal redactadas que era nomás mejor callarlas) en las redes sociales, en las páginas de opinión, en los noticiarios de Tv. Claro, no faltaron quienes —mostrando una patología social que está más extendida de lo que queremos creer— salieron en defensa del Alcalde metemano.
La frambuesa de oro va para el marido de la acosada: ese plazo inminente para la disculpa pública, solicitado con premura y con tono patriarcal en ese periódico mural de pueblo virtual que es hoy el Facebook, fue lo máximo. Y luego, el acusado se disculpa. Acto seguido, las disculpas son rechazadas. Y se desmorona el esperado desenlace de spaghetti western. Bochorno épico.
Cierto, no pasó por la cabeza de nadie el hecho de que amenazar al ofensor en calidad de marido, valida el prejuicio social de que “tu” mujer es tu propiedad y, por lo tanto, su honra es tuya, tan tuya como puede ser la condición de propiedad de tu coche. Habida cuenta de que nuestro país no se rige por la sharía (el código de conducta islámico), el lavado de la honra familiar corresponde, en el mejor de los casos, a un esquema jurídico feudal y, en el peor, a lo que dicta la ley de la selva. Y nadie calculó que si la ley de la selva es la que manda, pues las metidas de mano están dentro de lo permitido.
La acosada sabe que la ley la respalda, que el acoso está penalizado formalmente. Pero ella también es consciente de que el sistema judicial no funciona bien. Y lo dice en público, vía canal internacional de noticias. El dedo en la llaga. ¿Ha cambiado algo nuestro sistema judicial luego de las elecciones de magistrados? Digo, aparte de las huelgas de hambre, de las amenazas de huelga de hambre, de las renuncias, de las amenazas de renuncia y de los arrepentimientos luego de las renuncias. Hasta el Presidente lo ha cuestionado en público.
Pero bueno, mientras eso pasaba en una ciudad de más de un millón de habitantes, en un municipio del occidente, cuya población tiene a penas algo más de 25,000 habitantes (población insuficiente para llenar el Tahuichi Aguilera, por decir algo) otro alcalde, quizás sin enterarse del ejemplo del hacendado cosmopolita, también se cree dueño de vidas y haciendas. Se emborracha, viola a una enfermera y termina matándola. La Justicia actúa o hace como que actúa: luego de un par de meses en la cárcel, el alcalde acusado sale libre, paga 9.000 dólares a la familia de la víctima y —cabildo mediante— intenta regresar a su cargo.
Y en otro rincón del país, en una ciudad que se precia de tener una (doble) moral blanca inmaculada, un asambleísta viola a una trabajadora de limpieza —delante de la cámara de seguridad, ¿se acuerdan?—; es procesado y, luego de un par de meses, intenta salir de la cárcel.
De lujo, ¿no? En su fabulosa película La loca historia del mundo, Mel Brooks nos mostraba el licencioso comportamiento de un decadente Luis XVI. Cada que el personaje (que era de ficción pero que actuaba como un verdadero alcalde cruceño) toqueteaba a una dama, miraba picaresco a la cámara y nos recordaba: “es bueno ser rey”.
Pues nada, acá en Bolivia no es necesario ser rey. Basta con ser alcalde, eso te da permiso para toquetear y presumir de lo grande que la tienes. Y si se te ha ido la mano, o las copas, o lo que sea, pues con un puñado de dólares resuelves todo. Y con un cabildo hasta regresas a tu puesto subido en los hombros de las masas. Y no temes a las redes sociales, ni a los medios de comunicación, ni al gremio de las enfermeras. Sus moralizantes arengas no salen de la ciudad.