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‘Valor agregado’

Son tiempos preelectorales cuando menudean promesas de lo más variopintas y discursos acalorados que mezclan sin pudor términos técnicos con anhelos; por eso quiero referirme a dos temas específicos que tienen que ver con el sector minero, tan venido a menos y que espera por años la aprobación de su ley sectorial.

Descubrir yacimientos minerales con satélites y agregar valor a nuestra producción minera superando el actual modelo primario exportador han sido temas recurrentes en corrillos y palestras de todo tipo, y se han fijado en el subconsciente de la gente que sueña su viabilidad. Magnífico como instrumento y herramienta, el usar imágenes de satélite en exploración de minerales data de los años 70, cuando se acuñó el término Percepción Remota para la interpretación indirecta de las características geológicas del planeta. Desde entonces el desarrollo de la tecnología satelital ha sido vertiginoso y hoy se puede encontrar en el mercado imágenes de cualquier área del planeta con una definición de centímetros, con una gama espectral amplia para cualquier detalle que se desea resaltar y aún para penetrar (al estilo de una ecografía) las capas más cercanas de la corteza. Pero, de ahí a poder descubrir un yacimiento aún con esta tecnología hay un largo camino a recorrer, donde el geólogo y las técnicas clásicas de exploración terrestre son irreemplazables.

El otro tema, de alto valor propagandístico usado en muchos discursos es afirmar que al fundir nuestros minerales ya estamos industrializando y agregando valor a la producción. En el peculiar mercado de minerales y metales (que no controlamos), concentrados, amalgamas, bullones, barras, lingotes y aún los que últimamente se clasifican como “desechos y desperdicios” de metales preciosos se cotizan por el contenido fino del metal a comercializar y no por su estado físico. Se paga el metal contenido y se castigan las impurezas, y tanto vale una onza de oro de un concentrado de arenas de río o una de un lingote; de tal manera que el famoso “valor agregado” en las transiciones metalúrgicas no pasa de ser un cliché. Sin embargo, cuando procesos de fundición y refinación pueden separar algunos metales menores contenidos y/o acompañantes del metal principal, generalmente  de alto valor comercial por sus aplicaciones tecnológicas (vgr. galio, indio, cadmio de nuestros concentrados de zinc, plomo, plata); cuando se combinan metales para obtener productos industriales primarios como el acero crudo (hierro y carbón); o cuando el oro se trabaja junto con piedras preciosas en joyas y orfebrería, sí estamos agregando valor al producto final.

Ahora bien, explorar usando imágenes satelitales, obtener metales y separar sus acompañantes nos acerca a nuestro añejo anhelo de dejar atrás el modelo primario exportador que nos acompaña más de dos siglos. Las ventajas inherentes al ahorro en transporte, fletes, manipuleo y aranceles y la posibilidad cierta de iniciar una cadena productiva de productos semiacabados y acabados en el país justifica cualquier esfuerzo. Sin embargo, hay que ser mesurados en los discursos y tener en cuenta que los mercados de metales clásicos (plomo, zinc, cobre estaño, antimonio etc.) son hoy muy competitivos y con precios volátiles. Entonces, la alternativa de producir y comercializar metales de mayor valor (oro, plata, platino, cromo, cadmio, columbita, litio, etc.) puede ser el único camino real para el cambio de paradigma.