Cuando se trata de política exterior, existe una manera rápida de entrar en los libros de historia: cometer un gran error. Lyndon Johnson y George W. Bush lo saben. No importa qué más se diga de ellos, sus decisiones que tuvieron como consecuencia la intervención militar y la guerra se discutirán por mucho tiempo. El segundo camino —un gran éxito— es menos seguro. La apertura de Richard Nixon a China rápidamente se consideró histórica. Pero muchas decisiones brillantes y valientes de Harry Truman —la contención, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el Plan Marshall— no fueron alabados como tal en ese momento.

El presidente Obama no ha cometido ningún error grave. Él ha hecho un trabajo astuto dirigiendo a Estados Unidos fuera de las aguas turbias que heredó (Irak, Afganistán) e impidió que el país entre en otro conflicto importante, evitando todas las complicaciones que esto inevitablemente conlleva. Pero Obama ha sido menos hábil en cuanto a los aspectos constructivos de las políticas exteriores, en construir una serie de logros. Todavía tiene tiempo de arreglarlo.

Las críticas sostienen que el mundo está ahora en caos y que la geopolítica ha vuelto con una venganza: Ucrania. Pero la realidad es, como John Ikenberry de Princeton ha establecido en varias ocasiones, que el orden mundial encabezado por Estados Unidos, construido después de la Segunda Guerra Mundial, perdura después de siete décadas de su creación. Ha sobrevivido a los desafíos de la Rusia Soviética, la China maoísta y, más recientemente, el islamismo radical. La revista The Economist de la semana pasada reúne los 150 países más grandes del mundo. Noventa y nueve de ellos se inclinan fuertemente hacia los Estados Unidos; 21 están en contra. Washington tiene cerca de 60 tratados de aliados. China tiene uno. Rusia no es una potencia mundial en aumento que busque cambiar el orden mundial liberal. Es una potencia decreciente, aterrorizada de que los pocos países que todavía se agrupan alrededor de ella se muevan inexorablemente.

Parte del problema de Obama ha sido que él ha realizado grandes declaraciones acerca de cuestiones en las que no usaría el poder estadounidense forzosamente (Siria y la Primavera Árabe son algunos ejemplos). El discurso se convirtió en el sustituto de la acción. Y en las cuestiones en las que Estados Unidos estaba involucrado (Ucrania, Asia) sus declaraciones fueron extrañamente silenciadas. En su discurso a los líderes europeos acerca de Ucrania, Obama dijo todas las cosas adecuadas, pero también llenó el discurso con advertencias de que no iba a actuar militarmente. Es difícil de llevar al mundo occidental a la acción, y hacerlo seguir a  Estados Unidos, cuando el presidente le está diciendo lo que no va a hacer, en lugar de decir lo que sí va a hacer.

Pero el problema más grave es que las críticas quieren la satisfacción moral y política de una gran lucha global. Todos acusamos a Vladímir Putin por la nostalgia que nos trae de la Guerra Fría, pero las élites de Washington —políticos e intelectuales— también extrañan los viejos tiempos. Ellos añoran el mundo en el que Estados Unidos dominaba sobre sus amigos, en el que sus enemigos eran silenciados por completo, y donde los retos eran escuetos, morales y vitales. El mundo de hoy es complicado y desordenado. China es uno de nuestros principales socios comerciales y un rival geopolítico. Rusia es hosca pero tiene una clase media globalizada y ha creado lazos con Europa. Nuevos protagonistas regionales como Turquía y Brasil tienen mente propia y no serán fácilmente influenciados.

Lo que necesitamos es un conjunto de estrategias sofisticadas para fortalecer el sistema global existente, pero que permita mantener las principales potencias. Con Ucrania, por ejemplo, es importante que Obama se dirija al mundo en contra de la violación de fronteras y normas por parte de Rusia. Y, sin embargo, la única solución a largo plazo para Ucrania involucra a Rusia. Sin Moscú, Ucrania no puede estar estable ni ser exitosa, como es ahora evidente. El país necesita $us 17.000 millones para salir de la crisis inmediata. ¿No tendría sentido dividir esa cuenta con Moscú? La estrategia de Obama de ejercer presión sobre el Kremlin con sanciones específicas y conseguir apoyo en Europa es la correcta, e incluso podría estar mostrando que funciona.

Algo parecido ocurrió con China. El desafío consiste en ofrecer las garantías de que otros países asiáticos quieren, pero también en asegurarse de que el pivote no se convierta en una estrategia de contención contra el segundo mayor poder económico y militar del mundo. Esto provocaría una Guerra Fría en Asia que ningún país asiático quiere y que tampoco favorecería los intereses de Estados Unidos.

La restricción de Obama ha servido para evitar errores, pero también ha provocado un extraño acercamiento minimalista hacia su política exterior en construcción. Desde el pivote de Asia a nuevos acuerdos comerciales a las sanciones de Rusia, Obama ha propuesto objetivos ambiciosos e importantes, pero se acerca hacia ellos con cautela, como si su corazón no estuviera en él, aparentemente arrastrados por los acontecimientos en lugar de darles forma. Una vez más ¡Con sentimiento, Sr. Presidente!