Tío Alberto
Para Alberto Ostria, las masas que reclamaban derechos e inclusión eran adversarios de cuidado.
Alberto Ostria Gutiérrez nació en Sucre en 1897, dos años antes de la Guerra Federal. Por la desafiante presencia indígena en la contienda, se entronizó entre las élites criollas el social darwinismo, que servía de argumento (sic) a su poder y riqueza, merced a su presunta superioridad racial sobre la plebe. Para Ostria, las masas que reclamaban derechos e inclusión eran adversarios de cuidado. Cholos, obreros e “indios” no formaban parte de la república aristocrática a cuyo servicio dedicó su vida. Canciller entre 1939 y 1941 y luego embajador en Chile, hasta que Gualberto Villarroel derrocó a Enrique Peñaranda en diciembre de 1943. En desacuerdo con el ascenso popular que confundía con el “nazifascismo” y el autoritarismo, se autoexilió en Santiago. Crítico acérrimo del militar nacionalista y su política de apertura social, lo desafió en su proclama: “Un pueblo en la cruz”. Por descalificaciones como esas, Villarroel terminó colgado de un farol, víctima de un aquelarre orquestado un 21 de julio de 1946 por terratenientes y capitalistas mineros, con el extraviado apoyo de partidos de izquierda.
Complacido por el retorno al “orden”, Ostria aceptó su designación de embajador en Chile. Tras la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, fluía en el mundo el ánimo de reducir disputas entre países, más aún si eran vecinos. Experimentado y sagaz, supo aprovechar esta situación y lograr del presidente de Chile, Gabriel González, un claro e inédito compromiso. Al finalizar las negociaciones, el Canciller chileno, Horacio Walker, el 20 de junio de 1950 comunicó a Ostria: “En la nota que contesto, fluye que el Gobierno de Chile, junto con resguardar la situación de derecho establecida en el Tratado de Paz de 1904, ha estado dispuesto a estudiar, en gestiones directas con Bolivia, la posibilidad de satisfacer las aspiraciones del Gobierno de Vuestra Excelencia y los intereses de Chile (…) Mi Gobierno será consecuente con esa posición y que, animado de un espíritu de fraternal amistad hacia Bolivia, está llano a entrar formalmente en una negociación directa destinada a buscar la fórmula que pueda hacer posible dar a Bolivia una salida propia y soberana al océano Pacífico, y a Chile obtener las compensaciones que no tengan carácter territorial y que consulten efectivamente sus intereses”.
La magistral pieza diplomática, el mejor servicio de Ostria Gutiérrez a Bolivia (que figura en todos los libros de relaciones internacionales chilenos y bolivianos), seguramente forma parte de los argumentos de la memoria boliviana presentada ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya. De ser así, constituye una piedra angular.
En 1950 los dignatarios de Chile no hallaron tampoco ninguna contradicción ni incompatibilidad entre la vigencia del Tratado de 1904 y “dar a Bolivia” —son sus palabras— una “salida propia y soberana” al mar.
Ostria Gutiérrez no alcanzó honores por este fundamental logro. De talante conservador, no pudo procesar la nueva insurgencia plebeya de 1952 y el MNR se encargó de vilipendiarlo. Se quedó refugiado en Chile, aquel que había (con)vencido. Allí murió en 1967. En Bolivia quedó casi en el olvido, tal vez hasta que se abran las páginas de una memoria de agua y sal. Entre tanto, perdura como aquel aristócrata “que camina entre el bien y el mal” (Serrat dixit).