Todavía un esfuerzo, con esta frase, el Fondo Monetario Internacional (FMI) defiende el impuesto progresivo en su último informe. Incluso recomienda un impuesto sobre el patrimonio privado para reducir la deuda pública. ¡Esto sí que es una buena idea! Por supuesto, un cambio de timón en tal sentido puede causar gracia. Sin embargo, tratemos de comprender lo que el FMI propone y lo que no, de dónde viene y hacia dónde va.

Durante decenios, el Fondo Monetario ha hecho todo lo posible para desprestigiar el principio mismo del impuesto progresivo. En todos los países en los cuales ha intervenido ha promovido los impuestos sobre el consumo (no progresivos), o bien el flat tax, es decir, un impuesto que se aplica con la misma tasa sobre todos los ingresos, desde los más bajos hasta los más astronómicos. En todas partes, el FMI ha explicado que la utilización de tasas más elevadas para los que poseen más ingresos era nociva para el crecimiento, y que esta idea debería ser abandonada. Sin embargo, esta afirmación no tiene ningún sentido desde el punto de vista histórico, puesto que el crecimiento económico nunca fue tan importante como entre los años 1950 y 1980, periodo en el que la progresividad fiscal era máxima, principalmente en Estados Unidos.

Incluso hoy en día la mayoría de los ejecutivos del FMI, quienes cobran entre 300.000 y 400.000 dólares anuales y además están exentos de todo impuesto, siguen estando convencidos de esta ideología. Continúan explicando muy conscientemente que el ajuste presupuestario pasa prioritariamente por las alzas del Impuesto al Valor Agregado (IVA) y la baja del gasto social, y siguen defendiendo las reformas (tales como la deducción de intereses a las acciones) que tienen como objetivo hacer desaparecer de hecho el impuesto sobre las ganancias de las empresas. Es por ello que el actual informe hace rechinar los dientes en los pasillos del FMI, y que queda aún un gran camino por recorrer para transformar estas mentalidades. Recordando que un retorno a la progresividad de 1980 permitiría remediar una buena parte del déficit norteamericano actual, la institución de Washington atraviesa una etapa importante en su propia historia.

La batalla por el impuesto progresivo sobre los ingresos está lejos de ser ganada. Detrás de este primer enfrentamiento se perfila una batalla intelectual y política más importante aún,  la del impuesto progresivo sobre el patrimonio. El FMI tiene razón en subrayar que el endeudamiento público de los países ricos, que hoy por hoy parece insuperable, es finalmente poca cosa si lo comparamos con la masa de los patrimonios privados (financieros e inmobiliarios) que están en manos de las familias de estos mismos países, sobre todo en Europa. El mundo de los ricos es rico; los pobres son sus Estados. La solución proyectada por el FMI, es decir la aplicación de una tasa impositiva sobre los patrimonios privados para reducir la deuda pública, tiene el mérito de atacar un tabú. Demuestra el desasosiego de la institución frente a la crisis actual. El Fondo Monetario no ha podido anticipar la crisis de 2008, y se da cuenta ahora que la estrategia de austeridad presupuestaria que ha impulsado, no hace más que prolongar la recesión, y que a este ritmo se necesitarían varios decenios para hacer retroceder las deudas al nivel de 2007. 

Lamentablemente nos quedamos en el medio del camino. El problema es que el FMI no se compromete claramente con la vía del impuesto progresivo sobre el capital. Es cierto que el informe evoca la posibilidad de un impuesto concentrado sobre los patrimonios más elevados. Pero también parece promover una solución del tipo fat tax sobre los patrimonios, lo cual es diferir el problema. Retirar dinero con  la misma tasa, tanto a los pequeños ahorristas como a los medianos y a las grandes carteras financieras, no tiene sentido. Esto solo puede llevar al rechazo de esta clase de políticas. Las autoridades europeas del FMI desde ya han sostenido esta solución en el momento de la crisis chipriota la primavera pasada, con el éxito ya conocido (en el informe no existe ningún reconocimiento de culpas sobre este punto, ni siquiera el episodio ha sido evocado). Tomando en cuenta la extrema concentración que caracteriza la repartición del capital, la escala impositiva sobre los patrimonios debe ser fuertemente progresiva, aun para los ingresos.  

Además, una progresividad en tal sentido exige un alto grado de transparencia financiera internacional y de cooperación entre países, la cual apenas ha sido evocada por el FMI. Es aún más lamentable que sin un objetivo fiscal formulado con claridad, las negociaciones actuales sobre los paraísos fiscales tengan probabilidades de estancarse. El objetivo de las transmisiones automáticas de informaciones bancarias debe ser el poder de observar el conjunto de los activos financieros e inmobiliarios que están en posesión de un individuo específico, en los diferentes países y aplicar un impuesto progresivo sobre el patrimonio neto individual.

Soñemos un poco. ¿Si los funcionarios de la Comisión Europea y de los ministerios europeos de finanzas en vez de estar a la sombra del FMI (repitiendo el dogma fiscal ultra liberal y estando atrasados en dar el giro siguiente) decidieran tomar la delantera y proponer políticas económicas? ¿Y si los responsables políticos europeos, empezando por los dirigentes franceses y alemanes, tomaran finalmente sus responsabilidades?

Es doctor en Economía,  director de estudios de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) y profesor de la Escuela de Economía de París, autor del libro “El capital en el siglo XXI”. Traducción de Erika San Román.