El giro de Barack Obama hacia Asia ha sido ampliamente elogiado. Pero muchos críticos desean que éste infundiera dicha política con mayor fundamento y energía. De hecho, su administración tiene la oportunidad de llenar uno de los puntos que más han faltado de esa política, una relación estratégica con el segundo país más grande del continente asiático, India, una vez que surja un nuevo gobierno en Nueva Delhi. Pero ello va a requerir que ambos países realicen cambios significantes y de envergadura.

El obstáculo inmediato para Estados Unidos es que el hombre que será el primer ministro de la India, Narendra Modi, fue ubicado en una lista negra de personas por la administración del anterior presidente, George W.Bush. Además, le fue negada una visa para ingresar a Estados Unidos y fue rechazado por funcionarios norteamericanos por una década. Este ostracismo debería cesar. Considerar a Modi de esta manera ha sido selectivo, arbitrario y excesivo.

Modi, un político hindú nacionalista, hasta que asuma como primer ministro de India, está al frente de la Gobernación del estado de Gujarat. Él estuvo en aquella posición también en 2002, cuando estallaron violentas protestas callejeras entre hindúes y musulmanes. En dicho puesto, se alega, él alentó o no hizo nada para detener una violencia vigilante contra los musulmanes, que se efectuó con la complicidad de la Policía. En ese enfrentamiento murieron alrededor de mil personas, la mayoría musulmanes. Han sido mínimas las posteriores acusaciones de ciudadanos involucrados en la muerte de estas personas.

Es un episodio oscuro en la historia de la India, y el nombrado Modi emerge de él señalado como la cabeza del gobierno estatal en dicho periodo. Aún no resulta claro cuál fue su verdadero rol durante aquellos disturbios. Tres investigaciones indias lo libraron de culpabilidad por esos hechos, sin embargo las pruebas esgrimidas para su descargo han sido criticadas por los grupos de derechos humanos, con preocupaciones plausibles.

Este es un desafío importante para la democracia hindú; muchos grupos de la sociedad civil lo han aceptado. La interrogante para Estados Unidos es si el comportamiento de Modi obstaculizará los asuntos de interés nacional. Él es la única persona a la cual se le ha negado una visa para ingresar a suelo norteamericano bajo el fundamento de “severas violaciones de libertad religiosa”, lo cual permite concluir que tal decisión fue totalmente arbitraria.

Consideremos el caso de Nouri al-Maliki, el primer ministro de Irak. Él lidera un gobierno que es absolutamente sectario, que ha sido acusado de involucración con escuadrones de la muerte, matanzas de represalias, y la persecución constante de musulmanes sunnis en su país. Sin embargo, lejos de haber sido rechazado, Maliki ha sido recibido en Washington como un huésped de honor, en varias ocasiones, en dos gobiernos estadounidenses.

Tomemos en cuenta el informe de la Comisión Norteamericana de Libertad Religiosa Internacional, el mismo organismo que eligió a Modi. Enumera países “de gran preocupación” por la opresión de minorías religiosas. Arabia Saudita, un país cuyos líderes son enormemente respetados por Washington, está en el estrato más superior. Pakistán está catalogado como “la peor situación” en el segundo estrato, debido a su violencia constante contra las minorías, que, según el informe, siempre fue así. Irak también se encuentra en este grupo. No obstante, ningún funcionario gubernamental de aquellos países ha sido jamás colocado en una lista negra o se le ha negado la visa por causa de violación de libertad religiosa. Cuando los asuntos concernientes a los derechos humanos son utilizados descaradamente de manera selectiva, surgen, con razón, acusaciones de hipocresía.

En este caso, como sucede usualmente, la política exterior estadounidense resulta más culpable de incoherencia que de conspiración. La comisión fue creada en 1998, y estaba ansiosa por demostrar que no se enfocaría únicamente en la violencia contra los cristianos. Poco después surgieron las sublevaciones en Gujarat; su crueldad y la aparente complicidad de las autoridades estatales captaron la atención global. Las audiencias fueron celebradas, y el resultado del proceso fue la lista negra y la prohibición. Dado que Modi era un funcionario regional, con poca probabilidad de ascender a funcionario nacional, ningún miembro perteneciente a un alto cargo del gobierno de Bush se preocupó por las determinaciones asumidas.

Si Estados Unidos puede cambiar su política en este asunto, Modi tendrá que superar su irritación hacia este país. Más importante aún, tendrá que cambiar la postura de su país en varios asuntos. Durante varios años, la política extranjera de India ha estado a la deriva, al punto de que el país ha casi desaparecido como un jugador importante en la región y en el mundo.

Esto se debe en parte al debilitamiento del anterior gobierno hindú, lo que ha provocado confusión en todo ámbito, tanto nacional como extranjero. Pero también se debe a que las élites reinantes en Nueva Delhi permanecen ambivalentes acerca del tipo de política extranjera que deberían conducir, atascadas entre sus viejos impulsos anticoloniales, del Tercer Mundo, y los requerimientos evidentes de una nueva Asia, en la cual China emerge como el poder dominante. Como resultado, India se ha alejado de una relación sólida con Estados Unidos, que la ayudaría económica, militar y políticamente.

Si Estados Unidos e India, las democracias más antiguas y grandes del mundo, pueden crear una sociedad auténtica, esto será de gran ayuda para la estabilidad asiática, la prosperidad mundial y —especialmente— para defender los derechos humanos y la democracia en todo el mundo.