Terremoto político en Europa
Las elecciones para conformar el Parlamento Europeo provocaron un sorpresivo sismo
Las elecciones para conformar el Parlamento Europeo, celebradas el 25 de mayo, provocaron en casi todos los 28 países de la Unión Europea (UE) un sorpresivo sismo, ya que los resultados le otorgan a la extrema derecha o a sus epígonos populistas un claro mandato antieuropeo. Siendo Alemania y Francia las locomotoras de la integración europea y los Estados más poblados, el triunfo celebrado en París del fascistoide Frente Nacional comprometerá gravemente la coherencia misma de los acuerdos continentales, e incluso puede obstruir el funcionamiento de la UE.
Los resultados son un mensaje adverso a la avalancha migratoria, principalmente árabo-africana, y contra la política impositiva dispuesta desde Bruselas, sede de la Unión, sin tener en cuenta las particularidades locales de las naciones miembros. Además, se objeta la frondosa burocracia bruselense y la controvertida fortaleza del euro, de cuya zona se han autoexcluido nueve países. Finalmente, es común denominador la relevante pérdida de confianza en las élites políticas, por su comportamiento endogámico y su indiferencia ante las angustias populares tales como el pavoroso desempleo, la falta de viviendas abordables y el aumento de las desigualdades sociales.
Para mitigar los catastróficos resultados electorales, se aduce que hubo un fuerte abstencionismo, pero esa actitud es, también, un claro indicador de la decepción y la indiferencia que siente la ciudadanía del Viejo Continente por las instituciones de la UE y la cólera que suscitan sus mandatos, que ostentan un irrespeto absoluto a las soberanías nacionales.
Irónicamente es en Alemania, donde la crisis económica no se percibe tan cruentamente, que las escuadras antieuropeas solo alcanzaron el 8%, del cual 1% (o sea 300.000 votos) fueron captados por el Partido Nacional Democrático (PNDA) cuyo líder, Udo Voigt (62), ahora elegido diputado europeo, fue ya condenado en 2012 por su manifiesta adhesión a los odios neonazis.
Nota de interés es la copiosa votación lograda por aquellos extremistas en los territorios mayormente poblados de la región: en el Reino Unido (61.610.000 de habitantes) el UKIP de Nigel Farage obtuvo el 27,5% de los votos; en Francia (65.300.000) el Frente Nacional de Marina Le Pen, el 24,85%; en Italia (60.000.000) el M5E de Beppe Grillo, el 21,15%, más la Liga del Norte; en España (45.850.000) la dispersión acabó con la hegemonía bipartidista del PP y del PSOE.
Por el momento, la fresca recomposición del Parlamento Europeo no es dramáticamente inquietante, no obstante que un 20% será de extrema derecha, debido a la gran diversidad de matices existentes en ese campo; pero si su continuo ascenso perdura, se podría temer una parálisis procedimental en las decisiones a adoptarse.
Más preocupante es la situación que ese tsunami ha producido en Francia, donde se culpabiliza del descalabro al presidente socialista François Hollande, por quien el rechazo es personal, general, brutal y absoluto. Se dice que es el causante no solo de la derrota histórica más deprimente de su propio partido, sino también de la implosión del UMP, la colectividad derechista neogaullista. La reina de la victoria es sin duda Marina Le Pen, heredera de su padre Jean Marie, caudillo legendario del Frente Nacional, quien saborea su revancha por haber sido, hasta hoy, marginado como un apestado dentro la casta política gala. Marina, blonda dama de 45 años, doblemente divorciada, oradora elocuente, amiga y recíproca admiradora de Vladimir Putin, es una seria candidata en las presidenciales de 2017, enfrentando a la derecha en ruinas y a las izquierdas en hilachas. Su fobia antieuropea, en un supuesto triunfo suyo, acarrearía la desaparición de la Unión Europea.