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Junio medioambiental

El 5 de junio se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente, fecha en que las Naciones Unidas recuerda la necesidad no solo de promover su conservación y cuidado, sino también de motivar la creación de nuevas políticas al respecto. Todo ello acompañado por el apoyo y trabajo de la población.

El hecho de asentar valores ambientales ha tenido éxito esencialmente en la niñez (de cuatro a siete años en particular), que se ha apropiado de esa visión y ha ejercido una especie de presión sobre los adultos en la toma de conciencia ambiental, por ejemplo por medio de la atención y cuidado de las plantas. Distintos escritos afirman que ese resultado requiere mayor apoyo en el área educativa. Si bien hoy la realidad muestra que a los niños no les afecta demasiado el respeto a ciertas normas sociales (como sentarse correctamente o tener las manos limpias), no es el caso cuando ven que se trata de hacer daño a las plantas. Y esto sin tener demasiada conciencia de que son seres vivos.

Lo principal es que se incentive políticas educativas que busquen no solo extender conocimientos a partir de textos medioambientales, sino que éstos se encuentren respaldados fundamentalmente por la práctica. Esa especie de reto es el que nació en los programas de educación de ciertos países, como los europeos, que han comenzado a interesarse en actividades paralelas relacionadas con la naturaleza.

En la ciudad de La Paz hace más de 20 años  se llevó adelante una experiencia referida a la habilitación (dentro de un centro educativo preescolar urbano) de áreas destinadas al sembrado de plantas por parte de los niños, quienes cumplían la tarea de regarlas y cuidar su crecimiento. Los resultados fueron exitosos; sin embargo, la idea se quedó allí y no avanzó más.

La instalación de huertos escolares en las escuelas rurales fue un plan similar, pero no todas cumplieron con esta tarea. En la actualidad, esa propuesta educativa ha cobrado vigencia en el área urbana de algunas naciones europeas, donde se ha logrado consolidar la instalación de huertos dentro de la infraestructura escolar. Esto no solo para transmitir valores educativos y medioambientales a los estudiantes, sino para cultivar y consumir alimentos sanos (comedores escolares). Un combate seguramente pequeño pero efectivo contra la comida chatarra.

¿Cuáles serían los beneficios de instalar huertos escolares en las ciudades? Existen muchos, pero consideraremos solo dos: el primero, poner en contacto directo a los alumnos con la naturaleza para que vivan la experiencia de su entorno natural; y el segundo, fomentar actividades más creativas que alienten el sentimiento de cuidado a la naturaleza. Experiencias que no solo lograrían la toma de conciencia respecto al aprecio a la ciudad, sino al medio ambiente.

Independientemente a todo lo expuesto, hoy las huertas escolares debieran interesar a las autoridades que dirigen las ciudades, quienes podrían dotar pequeños terrenos municipales a los niños en edad escolar (hasta 12 años) para cultivar, por ejemplo, hortalizas como parte de su tarea. Práctica que les haría entender que si las cuidan, los beneficiarios serán ellos. En definitiva, una función que cumple con el principio de aprender a valorar haciendo.