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La (hiper)sensibilidad orureña

Cuando estudiaba en La Paz, durante las vacaciones, en vez de regresar directamente a Cochabamba prefería pernoctar en Oruro. La amabilidad y la sencillez de los orureños me atraían enormemente. De allí que sentía cierto orgullo por el hecho de que mis orígenes maternales viniesen precisamente de la ciudad de Pagador. Más allá de su majestuoso Carnaval, consideraba a Oruro sobre todo una ciudad digna, donde se cultivaba valores como la solidaridad y la fraternidad; una ciudad entrañable. Sin embargo, en los últimos tiempos, a raíz de los despropósitos de algunas autoridades y algunos dirigentes cívicos, esa imagen que tenía se ha evaporado inexorablemente.

En rigor, hay una alta hipersensibilidad que anda por la cornisa de la intolerancia. Todo empezó con el desliz de una conductora de televisión cruceña que fue sometida a un juicio kafkiano incomprensible. Luego fue Al-Azar, ilustrador del periódico La Razón, quien sufrió el escarnio orureño por una caricatura en la que aparecían calaveras interpretando instrumentos y bailando en el Carnaval de Oruro (declarado Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad) pocos días después del desplome de una pasarela en la entrada de ese festejo, accidente que causó decenas de heridos y cinco fallecidos. Esta caricatura desató una reacción inopinada entre algunos dirigentes de los cooperativistas mineros y cívicos orureños, que reencarnaron aquellos censores de la inquisición, evitando incluso la circulación de La Razón en esa urbe en señal de protesta.

La última joyita fue la reacción ante la declaración del entrenador Julio César Baldivieso, luego de señalar que había hecho su “año de provincia” cuando dirigió a los planteles de Nacional Potosí y San José. El estratega cochabambino luego declaró que habían “malinterpretado sus declaraciones”; empero, sus palabras ya habían reactivado la sensibilidad de los dirigentes cívicos orureños, quienes, en un comunicado digno de un guión de una película surrealista, señalaban que: “a nombre de nuestro departamento de Oruro, al que nos honramos en representar, manifestamos públicamente nuestra indignación y repudio ante esta actitud, por constituir opiniones discriminatorias, mal intencionadas, provocativas y además de ser poco profesionales, que pone en serio riesgo la estabilidad del deporte más popular como es el fútbol” (sic). Pero este comunicado, digno de un análisis psicosocial, no se queda allí: “Como ente Supra-Cívico defensor de los altos intereses de nuestro departamento y por el respeto que se hace merecedor nuestro querido Oruro; exigimos, al señor Julio César Baldivieso, emitir una satisfacción pública a la brevedad posible, porque de no hacerlo, significaría un serio revés a los intereses de los orureños, por lo que respaldamos la declaración de persona no grata al mencionado ciudadano” (sic), culminaba el documento… de Ripley.

Estos despropósitos e intolerancias de (algunas) autoridades y de (algunos) dirigentes de estas entidades “Supra-cívicas” solo están arrancando sornas en nombre de la “dignidad y los intereses orureños”, con actitudes que bordean la ridiculez. Al parecer, estos despropósitos expresan una baja autoestima, por cuanto ponen en evidencia su poca predisposición a la crítica. Como sabemos, la autoestima baja se expresa con mucho miedo a la crítica y, por lo tanto, es una paranoia al rechazo, ya que se preocupan exageradamente por la imagen que dan a los demás, por lo que siempre se sienten observados y criticados. Para evitar generalizaciones, cabe señalar que no es el pueblo orureño el que tiene ese resentimiento, sino algunas autoridades y dirigentes cívicos extraviados en creencias equivocadas sobre la dignidad regional.