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Fútbol, pasión y enigma

El fútbol es pasión de multitudes, nadie puede cuestionar ese aserto. Y también es fervor nacionalista, como señala Sergio Villena en su libro Golbalización. Siete ensayos heréticos sobre identidad, fútbol y cultura. Y le dan la razón los periodistas chilenos diciendo que su equipo empezó a ganar el partido contra España cuando 40.000 hinchas entonaron su himno nacional a voz en cuello y alargaron su duración cantando a capela. Empero, si se trata de música, me quedo con las voces que cantaron Gracias a la vida, de Violeta Parra, en el silencio atronador del Maracaná.

El fútbol es una práctica y una cultura global que trasciende fronteras y homogeniza las conductas, pero no disuelve las particularidades culturales. Los japoneses no se desgarran la garganta cantando himnos ni cánticos, pero apoyan a su equipo, como todos los hinchas de cualquier país, lanzando papel picado en las tribunas cuando sus jugadores entran en el terreno de juego. Pero una vez concluido el partido y al margen del resultado (por ahora, una derrota y un empate) se organizan para recoger los papelitos hasta dejar relucientes las graderías que poblaron en una muestra cívica de honor milenario.

El fútbol es arte y estratagema, también negocio y manipulación. Negocio, cuando el acceso a la transmisión de los partidos en directo depende de las empresas de Tv por cable y trastoca el deporte más masivo del planeta en una fiesta con taquilla reservada a unos cuantos privilegiados. Los demás, que se contenten con ver “en diferido” los goles que ya fueron o busquen una plazuela ocupada por la empresa Coca- Cola con televisores gigantes. Tal vez a eso se refiere el slogan de su campaña: “Sal y juega”.

El fútbol es arte y código de reconocimiento —de barra brava, de tribu urbana, de comunidad  imaginada, diría Benedict Anderson— en la tribuna durante el partido y en la calle durante el festejo de una victoria. Después se teatraliza en la radio, se eterniza en el video y se congela en las páginas del suplemento deportivo del periódico, en el que las noticias del día pasan a ser solo un complemento. ¿Guerra fratricida en Irak? No gracias, lucha de titanes en la cancha y victoria de David contra Goliath, como sucedió con Costa Rica, que después de vencer a dos excampeones mundiales dejó de ser convidada de piedra y es calificada como “La Cenicienta que mata”… en el “grupo de la muerte”. O el goleador uruguayo Suárez es recordado como El Pistolero después de dos certeros goles contra la pérfida Albión, porque se trata de eso, de matar o morir, puesto que el mundial es una gesta y el honor está en juego (¿de tronos?).  

En la democracia como en el fútbol reina la incertidumbre, y las encuestas se parecen a los pronósticos. El fútbol y la política combinan táctica y estrategia, y dependen del equilibrio del juego en equipo tanto como de la habilidad personal de sus figuras, porque ésta puede desbaratar cualquier esquema organizativo del rival. Algo así sucedió en 1962 con Mané Garrincha en Chile y en 1986 con Diego Armando Maradona en México, y esperamos que algo similar ocurra en Brasil 2014.

El fútbol es pausa y es prisa. Sobre todo es pausa, para dialogar con la pelota. Pisándola como invitando, gambeteando como en un baile, armando las fichas de un rompecabezas. Alguna vez, el recordado Lorenzo Carri dijo que ver un partido por Tv es como espiar una habitación por el ojo de una cerradura. Empero, viendo la calidad de la primera ronda del Mundial, qué placentero es ser un fisgón, un fisgol.