A una semana de la tan importante, publicitada y costosa Cumbre del 50º aniversario del G77+China, evento que parafraseando a Joaquín Sabina duró menos que dos hielos en un whisky on the rocks, está claro que la atención  de la mayoría de la gente no  giró  en torno a los discursos de varios presidentes o representantes de este encuentro internacional, sino alrededor de la brazuka, la pelota oficial de la cita mundialista de fútbol, o al ritmo de la morenada que miles de bailarines danzaron en “devoción” al Señor del Gran Poder.

Es que tal vez, como explicó el sociólogo Georg Simmel, “quien intentó ejercer un efecto sobre las masas siempre lo consiguió apelando a sus sentimientos, más raras veces por una explicación teórica, por coherente que fuera”, y el fútbol y el baile son precisamente eso, sentimientos.  En cambio el discurso representa un entramado de palabras que algunos elaboran mejor que otros, y la mayoría de los casos eufemismos que se enuncian por lo general se contradicen cuando tienen que ser aplicados en la realidad.

Ahora bien, no cabe duda de que existen discursos que interesan, porque son parte de una praxis del decir-hacer, que a ciertos líderes-autoridades les permiten tener algún grado de veracidad, el caso por ejemplo del presidente de Uruguay, José Mujica, quien, a diferencia de la mayoría de los jefes de Estado que participaron en la cumbre, tiene la virtud de la sencillez en la vida y de la claridad en el discurso. Es un progresista que legalizó el consumo de la marihuana para controlar los males que conlleva el tráfico de esta droga, que aprobó una ley en favor del aborto, que no amarró el qué decir con la corbata,  y que no teme equivocarse y mucho menos eternizarse en el poder.

Ahora queda esperar que los puntos centrales de la declaratoria de la cumbre de Santa Cruz se vayan haciendo realidad. Con certeza la consigna más cercana a realizarse a corto plazo será la elaboración de políticas en favor de los migrantes, una mayor apertura a la migración, y más impulso al trabajo digno para evitar la trata de personas.

También podemos empezar por casa, respetando a la Madre Tierra a los pueblos indígenas, sin hacer carreteras por medio del TIPNIS, declinando la pretensión de hacer exploraciones de petróleo en el norte paceño; incentivar el mercado interno; crear más hospitales y más colegios de calidad, para evitar filas y humillaciones; y —como dice Mujica— no caer en la cultura del despilfarro.