El fútbol como bálsamo
El Mundial es el gran bálsamo que hace olvidar los problemas que las personas enfrentan día a día
El Mundial de Fútbol que se disputa en el Brasil es una plausible pausa para bajar las tensiones y fricciones que se viven en el planeta, fruto de las contradicciones económicas y sociales que se agitan en los países, empezando por el anfitrión, Brasil.
Una pelota se pone a rodar intensamente por las canchas al ritmo de habilosas piernas, hasta hacer elevar a las personas de todas las clases y todos los colores al cénit de las emociones con el estruendoso grito de goooooool. Cada bando se pone histriónico cuando la redonda traspone los tres palos. En ese caso no solo son Messi, Neymar o Muller los autores del gol, sino el mismísimo niño/niña que observa el partido en el snack del barrio, el peluquero de la esquina o la empleada que prepara la comida en una residencia. Cuando resulta la maniobra de los cracks, cada niño/niña, hombre/mujer siente haber hecho algo en el hábil zapatazo, o en el cabezazo bien colocado.
El Mundial, en tanto gran arena de los mejores gladiadores/futbolistas del mundo, es el gran bálsamo que hace olvidar o distraer de los problemas que millones de humanos enfrentan en el día a día (escasas oportunidades laborales, desempleo y exiguos ingresos para las mayorías).
Los 22 jugadores que ingresan a la cancha representan en las analogías del tiempo a los mejores gladiadores que en el pasado disponían los emperadores en su afán de dar circo al pueblo, sobre todo cuando el pan resultaba escaso. Hoy los jugadores ingresan a la cancha con balones de fútbol, pero desde la imaginación los vemos ingresar al espacio verde portando lanzas o espadas y con trajes de combate. El partido (o la pelea) será duro, porque algunos combatientes se romperán las piernas, las costillas o la cabeza.
El torneo con 50.000 o 60.000 aficionados dentro es un megaespectáculo, y la televisión lo ritualiza aún más con transmisiones que muestran hasta detalles de los desbordes de emoción. También las cámaras reflejan que a la sede de la cita mundialista solo pueden asistir como espectadores la crema y la nata de todos los países. En los hechos solo pueden poner la nalga en los asientos del estadio quienes absorben el grueso de los ingresos de las diferentes naciones. Los demás, solo por la pantalla chica, y otros ni siquiera eso, porque la televisión por cable es otro negocio, que la FIFA está administrando con excesivo afán de lucro.
La misma FIFA reconoce que el fútbol es un fenómeno de los pueblos, pero en los hechos se esfuerza muy poco para devolver el espectáculo a la gente, y prioriza el interés de las transnacionales, las que no saben con qué manos más contar las ganancias que obtienen de estos eventos internacionales.