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El mar: ¿mito o realidad?

El Gobierno chileno acaba de lanzar un escrito de diez páginas titulado Chile y la aspiración marítima boliviana: mito y realidad que distorsiona la verdad en español, inglés y francés. Sin embargo, así añada una  versión al esperanto, las argucias que expande no llegarán a empañar el análisis sensato de un lector neutral.

La primera parte del fascículo consigna datos irrelevantes de artesanía aduanera, ensayando demostrar que Chile, por mandato del Tratado de Paz y Amistad de 1904, tendría la largueza de conceder a Bolivia un libre e irrestricto tránsito hacia el océano Pacífico sin costo alguno para las exportaciones y las importaciones que usan los puertos chilenos, y con apoyo de cifras (que no incluye diferentes pagos de los usuarios bolivianos cobrados por las administraciones portuarias privatizadas) tiene la inelegancia de afirmar que sus dádivas ascienden a 100 millones de dólares anuales.

En el supuesto negado que esos argumentos fuesen verídicos, lo que no se dice es que el paso al mar es el mínimo reconocimiento que ese tránsito se realiza por territorios usurpados a Bolivia, en el asalto que comenzó con la agresión iniciada en 1879. Tampoco se recuerda que la explotación de los recursos naturales provistos por tierras bolivianas permitieron el desarrollo chileno. Quien sí ha recordado y tabulado en cifras inequívocas el fruto del  despojo sufrido por Bolivia es Fidel Castro, quien en 2009, durante la visita cumplida por la presidenta Michelle Bachelet a La Habana, le enrostró personalmente esa grave avería al calificar la agresión chilena como una injustificada “humillación histórica”,  sentenciando que “no solo le arrebataron  la costa marítima y la salida al mar (a Bolivia), sino que privaron a ese país, auténticamente americano, sobre todo aymaras y quechuas, de extensos territorios muy ricos en cobre que constituían la mayor reserva del mundo, y que habiendo sido explotada durante 130 años hoy su producción se eleva a 5.364.000 toneladas anuales y aporta a la economía chilena alrededor de 18.452.000 de dólares anuales…”. (Reflexiones de Fidel, 2009).

No es necesario multiplicar por 135 años los beneficios que esa explotación, además del guano y del salitre, permitieron la acumulación capitalista en Chile, mientras simultáneamente Bolivia, encerrada en sus montañas, se sumía en la pobreza y el atraso, principalmente por falta de una salida al mar.

Como las opiniones de Fidel aparecieron en sus Reflexiones, la Cancillería mapochina protestó enérgicamente con adjetivos extremadamente groseros. Empero, el expresidente cubano volvió a la carga al día siguiente, con argumentos aún más contundentes al expresar: “No tengo otro compromiso que con la verdad histórica, y la historia consigna que el libertador de América,

Simón Bolívar, al proclamar él la independencia de Bolivia le asignó una amplia franja en la costa pacífica de Suramérica, entre los paralelos 22 y 23. También registra que el desierto de Atacama fue incluido en el territorio de la naciente Bolivia, al producirse la victoria contra el imperio español”. Este último párrafo refuta la ociosa comparación de Bolivia con países que nacieron sin litoral marítimo.

La lectura inicial que puede hacerse de los comentarios de Fidel es que no habrá paz en América mientras se impida con chicanerías el incumplimiento de las acciones unilaterales de los Estados que en el caso Bolivia vs. Chile se ventila en la Corte Internacional de Justicia, donde la demanda boliviana está sólidamente sustentada por impecable argumentación jurídica.

Finalmente, no se pretende, como sostiene el folleto de marras, modificar límites ni observar acuerdos estipulados en el Tratado de 1904, si no, negociar amigablemente un nuevo instrumento jurídico donde se contemple una salida directa y soberana para Bolivia al océano Pacífico.