Icono del sitio La Razón

Reloj, no marques la hora…

Como si fuera un tributo al memorable bolero Reloj no marques las horas compuesto por Roberto Cantoral en un hospital (canción que fue interpretada por grandes artistas como Luis Gatica o los entrañables Panchos), la pasada semana apareció el reloj de la fachada del Palacio de la Asamblea Legislativa con la numeración al revés y sus manecillas girando hacia la izquierda, modificación denominada por algunos políticos oficialistas como un “símbolo del cambio político”. A propósito de este hecho, como si se hubiera hurgado el avispero aparecieron comentarios burlones o de indignación (por ejemplo “somos la vergüenza del mundo”), muchos de ellos con tintes racistas. Hasta corresponsales bolivianos de periódicos extranjeros afirmaron que el “Gobierno desafía a la física y dice que el cambio se debe a la recuperación del camino de los pueblos del cono sur”.

Cabe señalar que el cambio de giro de las manecillas hacia la izquierda en los relojes oficiales aparecieron en coincidencia con el solsticio de invierno, que se sabe es el principio del hemisferio Sur. Al respecto, el canciller David Choquehuanca explicó que el propósito del cambio era valorar la identidad cultural: “Estamos recuperando lo nuestro y empezando a sentirnos orgullosos de nuestra cultura y filosofía”.

Más allá de invertir la dirección de las manecillas de los relojes oficiales como una estrategia para trastocar algo convencional y universalmente establecido, se debe analizar estas actitudes estatales en el ámbito de lo simbólico y en el contexto del proceso de descolonización. Por ejemplo, poner en debate ese tempo histórico de Occidente que se antepone al tempo mítico del universo simbólico de los pueblos indígenas, pueblos que muchas veces fueron catalogados como “primitivos”, “ruinas” o “atrasados”. De allí que los comentarios con ribetes de escándalo (muy parecidos a aquellos lamentos de bolero) surgidos en torno a este cambio  fueron (en la mayoría de los casos) manifestaciones de visiones colonialistas.

Ya en 1943 el pintor vanguardista uruguayo Joaquín Torres García le dio la vuelta a un mapa de Sudamérica, y escribió: “Nuestro norte es el sur”. Desde la ceremonia ancestral del presidente Evo Morales en 2006,  la incorporación de la wiphala como símbolo patrio conjuntamente con la bandera tricolor o el patujú, el reconocimiento de las ceremonias ancestrales en el nuevo almanaque estatal o la recuperación de los líderes indígenas como Túpac Katari son algunos ejemplos representativos de esta nueva reconfiguración del orden simbólico del Estado Plurinacional. En este contexto, este cambio en la dirección de las manecillas de los relojes estatales aparentemente se asocia a la política de descolonización asumida por el Gobierno boliviano, aunque éste opera en el ámbito estrictamente simbólico.

Ahora bien, esta estrategia de la política cultural, que asume a la descolonización como el eje central del discurso estatal, presenta fisuras cuando se coteja con políticas públicas concretas que en la mayoría de los casos reproducen lineamientos gobernados por lógicas desarrollistas que se asientan en imaginarios modernizadores propios de los Estados-nación, trastocando así el propio espíritu de la descolonización. Aquí radica el meollo de la cuestión, porque lo simbólico opera en la epidermis, ya que en el núcleo duro del imaginario estatal sigue vigente por ejemplo el nacionalismo revolucionario de raigambre modernizador. Por lo pronto, solo nos queda cantar: “Reloj, no marques la hora porque voy a enloquecer”.