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La revancha del califa

Los guerreros musulmanes que comenzaron su aventura en nombre del Estado Islámico de Irak y de Levante (EIIL), al consolidar su control sobre las provincias de Alepo, Raqqa y Deirez-Zar en Siria; y de Al Anbar, Nínive, Salah-ad-Dine y Kirkouk en Irak, han proclamado en el primer día del Ramadan (periodo de ayuno integral mahometano) la instauración de un califato desde el norte de Siria hasta el este irakiano, fronterizo con Irán. Un vasto espacio que aprovecha el caos de esos dos Estados fallidos.

La retórica de su proclama no podía ser más radical, porque pregona “el rechazo de la democracia, de la laicidad, del nacionalismo y de otras basuras de Occidente”. Insta asimismo al pueblo a retornar a los valores de su religión.

Con el nombre oficial de Estado Islámico (EI) y fijando a Mosul como su capital, este nuevo califato colinda con el Kurdistan autónomo de Irak, con Irán, Turquía, Arabia Saudita, Jordania y lo que queda de Irak. O sea, un centro de irradiación bélica contra seis países del Medio Oriente. El autonombrado califa Abu Mohammed al Adnani advierte que el deber de todos los musulmanes del mundo es prestarle obediencia, en tanto que nuevo califa, sucesor del profeta Mahoma, encargado del poder político. Un sueño de Osama bin Laden, que 13 años después de la destrucción de las torres gemelas deviene realidad.

La larga marcha del EIIL solo duró seis meses, y entre sus efectivos se cuentan rebalses de yidistas provenientes de Siria, unos 1.000 chechenos llegados de Rusia y otros 500 jóvenes europeos de origen árabe. Importantes ciudades como Alepo, Mosul, Kirkouk y Diyala han caído bajo la égida del EIIL y, particularmente Tikrit, villa natal y bastión del ejecutado Saddam Hussein. El surgimiento de esta nueva entidad estatal complica aún más la caótica situación de Medio Oriente, pues se teme que los rebeldes transborden hacia las naciones vecinas, especialmente al Líbano, Jordania y Arabia Saudita.

El rey saudita Abdallah se reunió recientemente con el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, para revisar el escenario regional, ante las amenazas del EIIL de atacar los emblemáticos santos lugares de La Meca y Medina; mas la cautela de Washington es elocuente. Por ejemplo, frente a la implosión de Irak, parece ser que se tolerará el avance de los yidistas hasta provocar la caída de Nouri al Maliki, el poco apto primer ministro iraquí, a quien se le atribuye buena parte de la descomposición de su país. El vecino turco es el más atribulado, porque  90 años después de que Mustafa Kemal (Attaturc) aboliese el califato y modernizase Turquía, convirtiéndola en un Estado laico,  el actual mandatario, Recep Tayyip Erdogan, pierde el liderazgo que aspiraba para implantar en la región la irradiación de nuevo otomanismo. No quería restaurar el reino de los califas ociosos y amorosos del lujo, rodeados de sus eunucos, de sus harems, sus arquitectos o sus pintores, a la manera que reseña el premio nobel Orhan Pamuk, sino basarse en el  heroísmo salafista para enfrentar los desafíos del siglo XXI y buscar un equilibrio entre la rivalidad hegemónica de Riad y Teherán.

En la shakesperiana “comedia de los errores” que se juega en Medio Oriente, ocurre que, por las frescas circunstancias anotadas, el despreciado autócrata sirio Bashar al Asad suma ahora como aliados en su lucha contra el extremismo yidista (a su vieja amistad rusa) a Estados Unidos y (¡oh, sorpresa!) a Israel, que de manera encubierta ayuda en las operaciones de contención de los aprestos de propagación en la región del califato últimamente creado.