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Emociones 1×7

Según Maturana, el talante con que vivimos cada momento proyecta la emoción y logro de nuestro ser, es el gatillo que puede despertar también el estado de emoción en aquellos que nos rodean. El vendedor enamorado de su producto, sin importar si son cepillos de puerta en puerta o un crucero de lujo por las islas griegas, se transforma en un fascinador no solo para entrar en ese estado de emoción positiva que lo proyecta como un mago, sino también para forjar la emoción en sus interlocutores. El resultado es “La Venta”. Así se vendió el nazismo, la revolución francesa o  ahora la música de Shakira o Lady Gaga, en eventos colectivos de emoción que mueven montañas.

Un excelente ejemplo de los juegos emocionales que determinan, casi totalmente, nuestro éxito o fracaso y el de las naciones lo hemos visto estos días en tiempo real en el Mundial de Fútbol de Brasil. Como comentaba en un artículo anterior, tengo la teoría de que en esa nación se está generando un movimiento social masivo, en el que sectores importantes de la población, y no necesariamente los “destechados”, exigen ahora una mayor participación en los éxitos de la séptima economía del mundo. El riesgo para Dilma, cuestionada por la inversión fastuosa en el Mundial, es enorme. Es posible que el árbitro español hubiera sentido el terror moral de que un fracaso brasileño ante un equipito de muchachos emocionados como el de Colombia hubiera podido disparar un levantamiento social, y hubiera así sentido la obligación de pitar  asimétricamente en favor de Brasil. Otros afirman que fue comprado por el Gobierno y hasta por los apostadores locales.

Sin importar la razón, los jugadores brasileños que venían, a duras penas, de una clasificación con dos empates y dos partidos ganados, y que naturalmente no son opas, se dieron cuenta de que habían ganado la clasificación a octavos de final en un golpe de suerte orquestado desde afuera. Peor aún, su campeón había sido lesionado por largo tiempo. La corrosión emocional, personal y grupal al haber ganado asistidos debió ser enorme; tanto, que cuando se presentaron ante Alemania el martes pasado simplemente se derrumbaron y vieron pasar el partido frente a ellos, casi como espectadores. Las habilidades personales, las estrategias mil veces ensayadas, simplemente dejaron de funcionar. ¡Jugaron en el estado de emoción equivocado!

En mi concepto, para entrar al camino positivo y vibrante del desarrollo, Bolivia tiene que cambiar su estado actual de emoción nacional. Ya está superando el problema endémico del crecimiento económico, el de la integración nacional y el de la estabilidad monetaria; sin embargo, para escapar por completo al síndrome de la depresión y la autocompasión destructiva, solo le queda enterrar el tema del litoral y pensar en el futuro con grandeza.