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¿El fútbol es para estúpidos?

Desde aquel invierno de 1978 cuando de niño empañaba las vitrinas donde estaban esas pequeñas pantallas que transmitían el Mundial me emocioné por el fútbol. El campeonato que acaba de concluir no es la excepción, y permanecerá en las retinas de mi memoria como uno de los más entrañables e históricos. El Mundial Brasil 2014 ocupará un lugar en la historia del fútbol. La retirada de los jugadores de la selección verde amarela, quienes abandonaron cabizbajos el Mineirao después de su monumental derrota ante Alemania por 1-7 (retirada que el entrañable Víctor Hugo probablemente describiría: “Y se veían marchar esos magníficos miserables por el mundo deslumbrados”), superó incluso la trascendencia de la propia mitología del “maracanazo”.

Más allá de hacer un balance general, es importante rescatar algunos aspectos que cuestiona esa sentencia injusta y desproporcionada que emitió Jorge Luis Borges respecto al balompié: “El fútbol es universal porque la estupidez es universal”, y para que su posición sea inequívoca, el escritor argentino dictó una conferencia en el mismo horario cuando la selección de su país jugaba en el Mundial del 78.

Cuando uno rastrea el sentido de la palabra estupidez hay un lugar común consensuado: la ausencia de inteligencia. El estúpido es aquel carente de racionalidad. Por lo tanto, es una especie de marioneta movido por la emotividad. Posiblemente motivado por estas influencias ilustradas fue que el autor de El Aleph lanzó aquella frase descomunalmente estigmatizadora y perversa, y que frecuentemente es enunciada por aquellos intelectuales conservadores que entienden al balompié como el “opio de los pueblos”; es decir, como parte de un aparato perverso de alienación ideológica, empleado para someter a las masas ignorantes e incultas, reducidas al gusto popular por el fútbol.

El fútbol encarna a la sociedad en sus diferentes anchuras: angustias, vejámenes, vergüenzas… Es un hecho cultural. De allí que hacer generalizaciones como las borgianas son inadmisibles. Por ejemplo, el director técnico argentino Gustavo Alfaro aseveró: “No existe fuerza superior dentro de un campo de juego que la fuerza de la inteligencia. Quien piensa, decide; quien decide, resuelve; y quien resuelve, generalmente gana”. Este elogio a la inteligencia se hizo carne en el curso del Mundial cuando el estratega holandés, Luis Van Gaal, reemplazó a su arquero titular por otro especialista en atajar penales al final del alargue en el cotejo contra Costa Rica. Otro caso puede encontrarse en Didier Drogba, quien con un discurso conmovedor paró la guerra civil en su país, Costa de Marfil; o bien a los jugadores de Argelia que donaron la prima que obtuvieron en el Mundial gracias a su buen desempeño a los más necesitados de la Franja de Gaza, población que por las ironías de la vida estaba siendo bombardeada, una vez más, por el inclemente Israel, justamente durante los días del Mundial. Esa sí que es una estupidez humana intolerable.

En todo caso, la idea no es exonerar aquellos necios que rondan alrededor de la pelota. Como el caso de la FIFA, un ente marcado por una voracidad estúpida que busca beneficios para una mafia que controla el fútbol a nivel planetario. Situación que por ejemplo se manifiesta en la reventa de las entradas en un mercado clandestino, y que en esta ocasión la Policía brasileña logró desactivar; o en la sanción, moralista en exceso, contra el jugador uruguayo Luis Suárez por el mordisco al defensa italiano Giorgio Chiellini. En definitiva, la estupidez en el fútbol efectivamente existe, pero de allí a que sea universal, como afirmó Borges, es un exceso inconcebible.