En mi opinión, el 4 de julio es uno de aquellos feriados nacionales estadounidense en los cuales la celebración no radica en la religión, etnicidad o secta, sino en la libertad y en la identidad nacional única, propia de los Estados Unidos. Sin embargo, hoy en día se puede observar, alrededor del mundo, el surgimiento de otro tipo de nacionalismo más oscuro e inquietante.

En las elecciones recientes del Parlamento europeo los partidos nacionalistas, populistas e incluso los xenófobos obtuvieron muy buenos resultados. El partido por la independencia del Reino Unido derrotó a todos los partidos establecidos. El Frente Nacional francés ganó decididamente al Partido Socialista gobernante. En Grecia, el partido prácticamente fascista, el Amanecer Dorado, obtuvo medio millón de votos y, por primera vez, les fueron concedidos escaños en el Parlamento europeo.

Muchos comentaristas atribuyen el surgimiento de estos partidos a la profunda recesión y a la lenta recuperación que todavía aquejan a gran parte de Europa. Pero también se pueden encontrar tendencias electorales similares en países que están prosperando económicamente, tales como Austria, Dinamarca, los Países Bajos, Finlandia y Suecia. Además, los partidos exitosos no se centran en la economía, sino en la inmigración y en otras expresiones nacionalistas.

Este ascenso del nacionalismo está presente no solamente en Europa, sino en varias partes del mundo. Tomemos en cuenta el plan del primer ministro japonés, Shinzo Abe, de reinterpretar la constitución pacifista de su país. Líderes como Vladimir Putin en Rusia, Recep Tayyip Edrogan en Turquía y Xi Jinpig en China han hecho de los llamados a los respectivos nacionalismos como parte fundamental de su agenda y de su atractivo.

Por supuesto, siempre ha existido un nacionalismo sano que a menudo ha formado parte de la expansión de la libertad y de la democracia. Británicos y estadounidenses se sienten orgullosos de que sus países encarnan valores que consideran importantes. Los polacos y también ucranianos se sienten orgullosos de sus luchas por la independencia. Pero hoy en día parece que estamos siendo testigos de un diferente tipo de nacionalismo basado en el miedo, la inseguridad y la ansiedad. Y, como el filósofo Isaiah Berlin ha remarcado, este tipo de nacionalismo siempre resurge con una venganza, como una rama torcida.

¿Por qué sucede todo esto? Una explicación es que, debido al surgimiento de la globalización y de las revoluciones tecnológicas que modifican al mundo entero, las personas se sienten incómodas con el ritmo del cambio y, como consecuencia, buscan algo a lo que puedan amarrarse como fuente de socorro y estabilidad. Si el lazo es más fuerte a nivel de nación, surge el nacionalismo. Pero si el proyecto de nacionalismo es frágil o considerado ilegítimo, se podrá observar la oleada de fuerzas más antiguas y profundas. Identidades subnacionales han adquirido un significado e importancia diferentes en zonas que se extienden desde Cataluña a Escocia y el Oriente Medio.

Es una extraña mezcla de inseguridad y asertividad. La gente se preocupa de que su propia sociedad esté cambiando irreconociblemente, y de estar gobernados por fuerzas inmensas y distantes, que escapan a su control, ya sea la Unión Europea en Bruselas, el Fondo Monetario Internacional o el gobierno federal en Washington. También temen ser gobernados por individuos que no comparten sus valores. Podemos observar un paralelismo en Estados Unidos. El ascenso del Tea Party encaja en estos patrones. Luego de una investigación exhaustiva, las estudiantes Vanessa Williamson y Theda Skocpol concluyeron que la inmigración era un tema central, y tal vez el más importante para los miembros del Tea Party; un tema que ha sido reforzado por el fracaso del líder republicano de la mayoría en la Cámara de Representantes, Eric Cantor, en su primera elección. “Ya no reconozco a mi país”, dijeron May Huckabee, Glenn Beck y varios otros de la derecha. La misma línea podría ser repetida por cualquier nacionalista europeo que ganó en las elecciones de mayo.

En la era de la globalización las élites tienen discusiones acerca de la ideología política (más gobierno, menos gobierno). Pero, como denotó Samuel Huntington varios años atrás, la fuerza principal que parece estar moviendo al mundo estos días es la identidad política. La interrogante que parece generar más emoción es “¿quién somos?”; y más inquietante aún, “¿quiénes no somos?”.