En 2015 se celebrarán 70 años de existencia de las Naciones Unidas, pero los coreanos lamentaremos 70 años de división nacional. Teniendo en cuenta todos los retos y oportunidades que enfrenta la península dividida (y que seguirá enfrentando en los años venideros), la unificación sigue siendo un importante objetivo por el que debemos esforzarnos.

Constituida formalmente en 1948 bajo los auspicios de la ONU, la entonces naciente República de Corea se vio envuelta en la política de poder de la Guerra Fría. Esto frustró sus intentos de ser miembro de las Naciones Unidas, meta que no logró hasta 1991. Sin embargo, desde entonces Corea del Sur ha más que compensado el tiempo perdido, desempeñando un papel activo en la ONU (el Consejo de Seguridad, el Consejo Económico y Social y el Consejo de Derechos Humanos) y participando en numerosas iniciativas relativas a fuerzas de paz, cooperación para el desarrollo, cambio climático, no proliferación de armas químicas y nucleares y derechos humanos.

A lo largo de este período la comunidad internacional también ha cambiado radicalmente. La globalización y la transformación tecnológica han profundizado la interdependencia y, sin embargo, la inseguridad, la desigualdad, la injusticia y la intolerancia no han disminuido en el mundo. Dos décadas después del genocidio ruandés, seguimos siendo testigos del horror y la crueldad en países como Siria, Sudán del Sur y la República Central Africana, mientras que al mismo tiempo, cerca de 1.000 millones de pobres en todo el planeta apenas sobreviven.

Así también el noreste asiático tiene sus propios problemas: el ascenso de China, el resurgimiento de Japón, una Rusia más asertiva y una Corea del Norte anacrónica han agregado nuevas complejidades e incertidumbres en la región. Esta última con su continuo programa de armas nucleares es especialmente preocupante. Por su parte, Estados Unidos está reequilibrando su posición con Asia.

Los crecientes conflictos sobre historia, territorio y  seguridad marítima, combinados con un lamentable resurgimiento del nacionalismo, pueden detonar una confrontación militar, probablemente por errores de cálculo político. Si los encargados de definir políticas y las fuerzas de paz dejan de prestarles atención, las tensiones en el noreste asiático podrían debilitar la floreciente economía de la región.

En este contexto tan complejo, asumió el cargo en 2013 la presidenta de la República de Corea, Park Geun-hye. Su política exterior, denominada “Trust politik”, apunta a transformar esta atmósfera de desconfianza y conflicto a una de cooperación y confianza, y crear “una nueva península coreana, un nuevo noreste asiático y un nuevo mundo”.

El mayor obstáculo para lograr esta transformación es el asunto nuclear de Corea del Norte, que en los últimos meses ha amenazado con realizar otra prueba nuclear. Por lo tanto, la tarea más urgente de hoy debe ser prevenir que esto suceda, y luego impedir los avances de Corea del Norte en sus armas nucleares y su capacidad de alcance.

La aparente paz de la península coreana sigue siendo frágil, y el gobierno de Corea del Sur ha realizado intensos esfuerzos diplomáticos para reunir amigos, socios de la región y a todo el planeta para disuadir al Norte. El Consejo de Seguridad de la ONU ha adoptado una serie de resoluciones para imponer fuertes sanciones tras las tres pruebas nucleares realizadas por nuestro vecino del Norte. Ante cualquier nueva provocación, se aplicará todo el peso de las sanciones de la organización. En estas circunstancias (además de la muy difícil situación humanitaria y de derechos humanos que atraviesa Corea del Norte), Park planteó su visión de una Corea unificada. En un discurso pronunciado hace poco en Dresde, propuso al Norte tres metas concretas y prácticas para proporcionar respuestas a sus problemas humanitarios, construir infraestructura que aportaría prosperidad y bienestar a ambas Coreas, y promover la integración del pueblo coreano.

El componente humanitario de esta estrategia se podría llevar a cabo independientemente de las consideraciones políticas y de seguridad. Por ejemplo, implicaría implementar el proyecto de los 1.000 días de la ONU para la salud maternal y la nutrición infantil, apuntando a poner fin a los elevados y persistentes índices de desnutrición infantil del Norte. No podemos más que esperar que Corea del Norte responda de manera positiva a nuestra propuesta, lo que sería un importante primer paso de un largo viaje.

No hay duda de que el camino de Corea a su unificación será difícil y precisará del apoyo de la comunidad internacional. A su vez, el país reunificado que aspiramos crear servirá a los intereses de sus vecinos y de la comunidad internacional en su conjunto para promover la paz y la prosperidad global.

Existe un precedente para esta visión que nos permite mantener la esperanza. Hace cerca de 23 años cambió de raíz el contexto geopolítico que daba sustento a la división de las dos alemanias. De modo similar, llegará el día en el que en la ONU en lugar de dos placas haya una sola para referirse a Corea.