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El machismo de Pocholo

Como tantas cosas en nuestro tiempo, el humor es algo que ha abandonado su capacidad de interpelación a la sociedad, para transformarse en un espejo burdo de la realidad, aunque aparezca maquillado de una aparente crítica. En el fondo resulta, cual si fuese carnada del designo, una reproducción en “vía inversa” de aquella realidad muchas veces lacerante. En las siguientes líneas me referiré al denominado Pocholo, personaje cómico que inicialmente emergió en los cafés-concert para luego transitar por las pantallas del cine y paralelamente por los anuncios publicitarios.

Este personaje aparece con un mandil, personificando a la clásica ama de casa, y para colmo es sojuzgado por su “marida” (sic), que es una representación de aquellos esposos machistas muchas veces autoritarios. En sus actuaciones muchas veces se apela a la violencia para engendrar miedo, ya que, como dice Javier Marías, “una de las mayores vilezas es pegar a una mujer, materializar y confirmar ese intolerable miedo”.

Si bien el Pocholo cumple con los requisitos de la comedia que caracteriza (sus personajes se enfrentan a las dificultades de la vida cotidiana haciendo reír a su “público”, movido por sus propios defectos hacia desenlaces felices donde se hace escarnio de la debilidad humana), sus representaciones reproducen  sin embargo actitudes machistas, un fenómeno que en los últimos años ha adquirido ribetes preocupantes, siendo el feminicidio, cuyo número de casos espanta, la peor de sus expresiones. En este sentido, el tratamiento del machismo en este tipo de comedias exige de una alta responsabilidad, de lo contrario se puede convertir en una actitud superflua y, sobre todo, en vulgar, ya que deforma el mensaje; y, más grave aún, puede reproducir en clave inversa aquello que aparentemente cuestiona.

A mi juicio, la presencia del mentado Pocholo, incluso en propagandas estatales, no cuestiona el machismo, más al contrario, reproduce relaciones verticales y violentas entre las parejas. Así, la búsqueda de equidad de género por la que luchan la mayoría de los movimientos feministas se hace añicos con el Pocholo en escena; a tal punto que hoy las denuncias de los esposos víctimas de la violencia de sus “maridas” se han incrementado de forma impresionante. ¿Será el efecto Pocholo?

Más allá de las ironías, no se puede admitir un humor que en un afán por (de)mostrar la violencia masculina en la sociedad recurre también a la escenificación de la violencia, en el caso del Pocholo, de la femenina. Para colmo, no hay ningún mensaje educativo de advertencia. Este uso grotesco y mercantilista de uno de los temas más sensibles y lacerantes de la sociedad debería ser una severa llamada de atención para toda la sociedad, puesto que lo único que hace el Pocholo es reforzar el machismo pero al revés, una actitud  que no debería ser tolerada en una sociedad que se asume civilizada y comprometida con valores de convivencia social, y, por lo tanto, respetuosa.

La escenificación grotesca del amo de casa maltratado a través de la representación del Pocholo reproduce relaciones de dominación basadas en el género, aunque, en este caso, de manera inversa. Un machismo que debería ser cuestionado seriamente. Además, el  Pocholo tiene un tratamiento estético de mal gusto y alimenta un imaginario basado en la superioridad, es decir, en relaciones asimétricas que luego se patentizan en una violencia física. Por lo tanto, la puesta en escena de este personaje es una violencia simbólica.