Icono del sitio La Razón

El deterioro de una ciudad

A unos cuantos días del aniversario de nuestra ciudad, resulta inevitable referirse a ella teniendo en cuenta lo que era en el pasado reciente y lo que es en la actualidad. Pero en este ejercicio reflexivo de un antes y un ahora, resulta también inevitable reconocer ciertas continuidades que repercuten en su deterioro.

Así, pese a que la ciudad no es lo que era antes y pese a las remodelaciones que ha sufrido, y no gozado, la continuidad de la falta de cultura cívica hace inútil muchas de esas “innovaciones arquitectónicas”, porque dicha ausencia no solamente se expresa en la falta de respeto hacia las señalizaciones de tránsito o de tirar basura en la calle, en pleno contexto vívido del discurso del respeto a la Madre Tierra o del vivir bien, sino también en la ausencia de modos de convivencia social que van desde la falta de respeto al prójimo no respondiendo a un agradecimiento o a un saludo, hasta caminar anárquicamente sin guardar la derecha, que en términos de orden resultan incomprensibles por muy izquierdistas que nos creamos. A ello se suma la continuidad de las formas preferenciales con que las autoridades ejecutan obras públicas, los cuales parecen actuar de acuerdo con aquella vieja práctica de atender el entorno más cercano, haciendo más cómodo el lugar de residencia de la alta autoridad. De ahí la lógica magnificadora de toda obra pública, en el entorno más lejano, que desde hace algunos años apareció con el nombre de Barrios de Verdad y que pone en la antípoda al resto de barrios, que por derivación pueden considerarse despectivamente como barrios carentes de validez.

Ello sin considerar el abandono de lo que queda del centro histórico, que luce en permanente deterioro desde que fue partido a la mitad por un inmenso adobe que sirve ahora de puente. Con ello, las autoridades desafiaron la experiencia lógica y necesaria de otras ciudades preocupadas en constituirse en patrimonios históricos y que alcanzan tales sitiales por sus políticas de preservación de edificaciones con valor histórico. Algo que tampoco es un producto de las mentes brillantes de quienes administran la ciudad, sino del trabajo mancomunado de universidades, gobierno municipal y sociedad, a través de los centros de estudios de la ciudad, las autoridades y las organizaciones de vecinos que piensan en la recuperación de los espacios históricos en un entorno modernizante y no al revés. En cambio, en nuestra ciudad, los edificios de la parte fragmentada del casco viejo, pese a haber sido declarados patrimonio, algunos de ellos yacen en calles y avenidas lúgubres, abandonadas y lumpenizadas, modo único a partir del cual puede entenderse el enjaulado de las plazas públicas.

Por la confluencia de esos factores y muchos otros, la ciudad de La Paz aparece deteriorada cada vez más. Si bien efectos parecidos se pueden apreciar en las grandes ciudades, debido al abandono del centro y la modernización de la periferia a través de la constitución de barrios residenciales, visto en términos globales en el caso de nuestra ciudad ello contribuye a la perversidad de aquella geografía de la discriminación y el racismo que opone a los barrios del sur y los llamados barrios populares. Allá, la modernidad como fetiche determina incluso el trazado de sus calles, aquí, el cotidiano determina la apariencia de una ciudad persa o hindú.

Frente a esa lastimosa realidad, la prensa reportaba en las vísperas del aniversario “regalos por parte de la Alcaldía y la Gobernación” a la ciudad de La Paz, cuando la ciudadanía debería someter a sus administradores a rendición de cuentas para la justificación de sus acciones, escenario que es imposible de imaginar, considerando los lastres continuos de nuestra ínclita ciudad.

Es doctor en Sociología.