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Las grietas del cambio climático

La grieta se sigue abriendo, y algunos de los habitantes ya empiezan a ver caer el agua por su pared

/ 16 de agosto de 2014 / 05:11

Las grietas de las paredes, por pequeñas que sean, pueden tener consecuencias graves. Ningún edificio está a salvo. Si en lugar de repararlas se deja que crezcan hasta que se declaren inhabitables, las familias tienen que mudarse a otra casa. La población de la Tierra no puede. Las casas, aunque caras, son reemplazables; el planeta no lo es. El cambio climático amenaza con destruir nuestro entorno y nuestro medio de vida y lo hemos sabido desde hace años. El Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) ha estudiado el fenómeno desde 1988. Hace ya 22 años, bajo la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC, por sus siglas en inglés), 195 Estados acordaron prevenir cambios climáticos peligrosos.

Era 1992. En 2014 seguimos transitando la peligrosa senda de la inacción. Pese a los acuerdos internacionales sobre la necesidad de limitar el calentamiento global a 2°C, el IPCC calcula subidas de las temperaturas, para final de siglo de entre 3,7 °C y 4,8 °C. La grieta se sigue abriendo, y algunos de los habitantes del mundo —especialmente los más vulnerables— empiezan a ver caer el agua por su pared.

¿Quién tiene la culpa y quién debe pagar para poner freno al calentamiento? Este debate ha dominado las discusiones internacionales de cambio climático desde el principio.

En el documento de referencia del UNFCCC están contenidas responsabilidades comunes pero diferenciadas, además de las capacidades respectivas de los Estados. Es importante distinguir entre responsabilidad causal y responsabilidad de remediar, como señalaba Claus Offe: una cosa es discutir quién tiene la culpa, otra quién tiene la responsabilidad de solventarlo.

Esta búsqueda incesante de la esencia de la responsabilidad no se restringe solo al cambio climático: está presente en los fenómenos actuales. En un mundo globalizado, los ciudadanos de los Estados-nación a menudo se preguntan por qué sus bancos colapsan de repente tras la quiebra de bancos lejanos situados en otros países. En el continente europeo, donde los países actúan juntos cediendo parte de la preciada soberanía individual con el fin de construir un conjunto más estable, la crisis de la moneda común ha inculcado el miedo en los corazones de los ciudadanos (y en sus votos). En el cambio del concepto de gobierno al de gobernanza hemos construido una matriz de actores —públicos y privados, en los ámbitos local, nacional e internacional— para gobernar problemas. Sin embargo, en este intrincado laberinto en constante cambio, ya no se sabe dónde está el control.

Esto es especialmente relevante en el caso de problemas comunes a escala global, como el cambio climático. Necesitamos una renovación del orden internacional con el fin de adaptarse al nuevo escenario económico global (el nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS es una señal en este sentido). Las grandes reparaciones estructurales de la arquitectura global son improbables, independientemente del contexto. Mientras tanto, la creatividad es clave. Las mejores soluciones son las que se basan en los puntos fuertes de las circunstancias actuales.

Observamos cómo emergen dinámicas creativas, en el caso del cambio climático, que habría que fomentar y potenciar. El enfoque de gobernanza top-down ha sido útil, y ha demostrado la voluntad de acción de parte de los emisores históricos de gases de efecto invernadero. La Unión Europea ha dado señales claras con su acción decidida para implantar y sostener el Protocolo de Kioto —el único tratado sobre cambio climático, hasta la fecha, con objetivos vinculantes de reducción en la emisión de gases—. Las últimas cumbres del UNFCCC, en cambio, han revelado los límites de esta forma de ejercer la gobernanza.

Mientras el mundo se prepara para la Cumbre del UNFCCC en París en 2015, tras la cumbre de alto nivel convocada por Ban Ki-moon en Nueva York en septiembre, es necesario explorar las posibilidades de las iniciativas bottom-up, de abajo arriba. China ha lanzado siete programas piloto, ETS (emissions trading schemes, régimen de comercio de derechos de emisión), que cubrirán a 250 millones de personas, en el que será el mayor programa de este estilo en el mundo por detrás de la Unión Europea. La ciudad de Kampala, en Uganda, apuesta por la energía solar para iluminar sus calles. Pequeños Estados insulares como Tuvalu avanzan hacia el balance cero en emisiones de carbono.

Una de las prioridades del UNFCCC es asegurar la financiación con el fin de ampliar y exportar iniciativas de mitigación y adaptación originadas en países en vías de desarrollo. Esto indica, por un lado, la buena voluntad de los emisores históricos; por el otro, se fomenta la innovación. Científicos de todo el mundo trabajan en soluciones; y, de hecho, es a través de la ciencia como debemos continuar. Gracias a la innovación tecnológica el mundo comenzó a moverse más allá de la pura subsistencia, permitiendo que algunas de sus economías, con Reino Unido a la cabeza, despegaran durante la Revolución Industrial. En esta hora crítica en la que los mismos combustibles fósiles que nos trajeron la prosperidad podrían llevarnos hacia la perdición, es de nuevo la innovación y la ciencia las que podrían cambiar el rumbo.

Abramos los ojos, reconozcamos la grieta en la pared y hagamos frente a nuestra responsabilidad para asegurar nuestro presente y futuro colectivos. Los Estados deben mostrar liderazgo, iniciativa y presentar sus contribuciones nacionales en el primer trimestre de 2015, para acelerar el camino a París y aumentar la confianza. Debemos estar atentos, mientras tanto, a la exploración del potencial de innovación, apostando por la I+D+i. En el caso del cambio climático, la única manera de conservar la casa en la que vivimos todos es a través de la creatividad, la innovación, la responsabilidad y la voluntad política.

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EEUU, deseo y realidad

De Irán dependerá que Obama siga enfangado en  Medio Oriente o se centre en el Pacífico

/ 15 de diciembre de 2012 / 06:40

Pacífico o Medio Oriente, ésta es la cuestión. Mientras el resto del mundo ha respirado aliviado y saludado con optimismo la reelección de Obama, se presentan dos focos geopolíticos que reclaman la atención de EEUU. Uno representa el futuro y el otro es el pasado. El primero es el Pacífico, protagonista de una campaña electoral marcada por las referencias al ascenso de China. El segundo es el que ha mantenido empantanado a EEUU durante las últimas décadas: un Medio Oriente bajo el eterno conflicto entre Israel y Palestina, la inestabilidad en Irak, la primavera árabe, la guerra civil siria y la crisis de Irán.

Si estallara la crisis de Irán, el primer escenario perdería su condición de prioritario para la política exterior norteamericana. Si se resolviera negociadamente, es el segundo escenario el que queda relegado. La pregunta, por tanto, es si EEUU se verá arrastrado a otra guerra en una región de la que ya no depende energéticamente.

La revolución de los hidrocarburos no convencionales, que según las predicciones situará a EEUU como la mayor potencia energética del mundo. Según un reciente informe de la Agencia Internacional de la Energía, se prevé que en 2020 Estados Unidos ya sea el mayor productor mundial, tanto de petróleo como de gas. La autosuficiencia energética es la coartada perfecta para retirarse progresivamente de Medio Oriente. Liberado de su dependencia energética, el país podrá centrarse en el Pacífico.

Pese a que la estabilidad del precio del petróleo y la alianza con Israel hacen imposible desligarse por completo de Medio Oriente, EEUU tiene los ojos puestos en Asia. Hillary Clinton ya anunció la reorientación estratégica de la política exterior americana hacia este continente, que es el escenario que EEUU juzga clave para el futuro. Myanmar, Tailandia y Camboya han sido los tres primeros destinos de Obama tras su reelección. Es una decisión que no hará especialmente feliz a China, dado que los tres son miembros de ASEAN.

Hay un principio que debe superarse entre EEUU y China: la desconfianza estratégica o strategic distrust, término utilizado por Kenneth Lieberthal y Wang Jisi en una publicación de la Brookings Institution. La confianza estratégica entre las dos mayores potencias de este siglo es fundamental para el funcionamiento armónico del sistema internacional. Un paso adelante sería la cooperación con Pekín para la solución de los problemas en Medio Oriente, de donde China importará tres cuartos del petróleo total que consumirá en 2020.

A partir del año que viene, tras las elecciones israelíes de principios de 2013, Irán volverá ser la máxima prioridad de la agenda presidencial de EEUU. Una intervención militar en Irán, que celebra elecciones en junio de 2013, crearía una dramática situación de inestabilidad regional y global. El mundo árabe, Rusia y China se verían obligados a posicionarse.

Pero no sólo es Irán: la volátil situación en Medio Oriente demanda más soluciones urgentes. Los choques en Gaza ponen de relieve la importancia del proceso de paz. A su vez, la guerra civil siria involucra a un número creciente de actores regionales, y se presenta cada vez más como un ensayo de guerra entre los musulmanes suníes —representados por Arabia Saudí, las monarquías del Golfo, Turquía, y los Hermanos Musulmanes— y los musulmanes chiíes —Irán y Hezbolá— por la dominación regional.

Irán intuye que EEUU prefiere evitar la intervención militar. La fatiga de más de una década de guerras con un altísimo coste económico y humano hace pensar que EEUU prefiere apostar por la vía diplomática frente a la de las bombas. Una reciente encuesta del Chicago Council on Global Affairs, reseñada por Roger Cohen en The New York Times, señalaba que el 67% de los americanos piensan que la guerra de Irak no mereció la pena. El 69% no cree, además, que EEUU esté más seguro frente al terrorismo tras la de Afganistán y el 71% dice que la experiencia en Irak demuestra que EEUU debe tener cuidado con cómo emplea la fuerza. No parece, por tanto, que la opinión pública esté muy dispuesta a volver a invertir millones de dólares en una aventura que conduce a un callejón sin salida. El Gobierno iraní, por su parte, se encuentra cada vez más arrinconado por las sanciones económicas que empiezan a causar estragos domésticos. Ambos pueden entender que su mejor baza, hoy por hoy, es apostar por la negociación.

La solución pacífica de la cuestión iraní es lo que facilitaría que EEUU completara su giro asiático. Otro conflicto en Medio Oriente, en cambio, envenenaría y viciaría las relaciones. Sería la peor de las opciones.

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