Al revisar el término “acera” en el Diccionario de la RAE nos encontramos con la siguiente definición: “orilla de la calle (…) particularmente destinada para el tránsito de la gente que va a pie”. En contraposición, la definición de “calzada” dice: “camino pavimentado y ancho; parte central dispuesta para la circulación de vehículos”. Existe una evidente jerarquía en estas definiciones: las calzadas son el centro de la calle, mientras que las aceras están en los límites.

Nos enfrentamos a un hecho concreto: los vehículos (y las personas que los conducen) son más valiosos que los transeúntes, a quienes se ha confinado a los márgenes de las calles. Y como si esto fuera poco, muchos conductores han asimilado tan bien este privilegio, que abusan de él. Un ejemplo de esta realidad puede observarse en la calle Saavedra de Miraflores, un poco más arriba del estadio. En esta vía existe un semáforo cuya función es exclusivamente peatonal. A diferencia de los otros semáforos, que hacen parar a unos coches para que pasen otros, éste solo detiene el tránsito vehicular para que las personas crucen la calle. Sin embargo, casi ningún conductor lo respeta, muchos lo creen innecesario y hasta perjudicial, y no falta el que toca bocina a quien se anima a cruzar cuando la luz peatonal está en verde.

Otro ejemplo de esta inequidad se nota en la Pérez, una avenida llena de transeúntes. En esta vía solo se tienen 20 segundos para cruzar de un lado a otro, un tiempo apenas suficiente para quienes van a paso rápido, pero imposible para un anciano, un ciego o un niño. Los autos, por el contrario, tienen casi el triple de tiempo para avanzar. 

Además, si comparamos el estado de las calzadas con el de las aceras, estas últimas llevan las de perder. Basta solo con ir por la Bueno o a San Pedro para ver cuán destrozadas están y cuán sucias (muchas con remiendos poco estéticos, la mayoría a causa de las instalaciones de gas).

La relación vehículo-peatón es también desproporcionada. Tomemos como ejemplo un atropello: si un transeúnte es imprudente y cruza cuando el semáforo está en verde y un carro lo embiste, saldrá maltrecho. Pero, del mismo modo, si un conductor insensato decide pasarse la luz roja y atropella a un peatón, será también éste el más afectado. Sea cual sea el caso, es la integridad de las personas que caminan la más vulnerable.

El Día del Peatón se aproxima y habría que notar que esta iniciativa, en apariencia buena y educativa, es solo una máscara que encubre la triste realidad: existe solo un día en que el peatón puede caminar libremente por las calles y 364 días en los que debe limitarse a andar por aceras malogradas y callar frente al abuso de los vehículos.