El ascenso del putinismo
Cuando finalizó la Guerra Fría, Hungría ocupaba un lugar especial en la historia de las revoluciones de 1989. Fue el primer país de la órbita soviética en abandonar al comunismo y adoptar una democracia liberal. Hoy en día también puede ser considerada un referente, ya que es el primer país europeo en censurar y distanciarse de la democracia liberal. Ha adoptado un nuevo sistema y conjunto de valores, que en gran parte se asemejan a la Rusia de Vladímir Putin, aunque también están encontrando eco en otros países.
El primer ministro de Hungría, Viktor Orban, explicó en un importante discurso recientemente que su país está resuelto a crear un nuevo modelo político: una democracia no liberal. Esto captó mi atención, ya que en 1997 escribí un ensayo basado en asuntos exteriores utilizando el mismo término para describir una tendencia peligrosa. Los gobiernos democráticos de corte populista generalmente utilizaban sus mandatos para reducir los derechos individuales, la separación de los poderes y el Estado de derecho. Sin embargo, nunca me imaginé que un líder nacional, mucho menos europeo, utilizaría este término como una insignia de honor.
“Actualmente, el asunto más popular a resolver es intentar comprender cómo sistemas que no son occidentales, ni liberales, ni democracias liberales e incluso tal vez ni siquiera son democracias, pueden de todas formas ser naciones exitosas”, dijo Orban. En su opinión, el mundo cambió drásticamente en 2008, con lo que él llama “el gran colapso financiero occidental”. Él fundamenta que, desde ese entonces, el poder norteamericano ha estado en declive, y los valores liberales en el presente encarnan “la corrupción, el sexo y la violencia”. Europa occidental se ha convertido en una tierra de parásitos en las espaldas de los sistemas de bienestar social.” Añade que los modelos a seguir en el futuro de la democracia no liberal son Rusia, Turquía, China, Singapur e India.
Dejando a un lado su extraña lista (¿India?), las actitudes de Orban en los últimos años demuestran que su propio modelo ha sido la Rusia bajo el mandato de Putin. Orban ha promulgado e implementado en Hungría una versión que podría ser mejor descrita como “putinismo”. Para comprenderla debemos ir atrás en el tiempo, a su fundador.
Cuando ascendió al poder por primera vez en 2000, Putin parecía una autoridad ruda, inteligente y competente; alguien resuelto a obtener la estabilidad en Rusia, la cual tambaleaba debido al caos interno, al estancamiento económico y a la quiebra de 1998. Buscó integrar a Rusia al mundo y deseaba lograr buenas relaciones con Occidente. Por esto solicitó a Washington una membresía rusa en la Organización Mundial del Comercio (OMC) e incluso en la OTAN. Su administración contaba con tecnócratas liberales occidentales, ampliamente familiarizados con el mercado libre y la apertura comercial.
Con el tiempo Putin logró ordenar y estabilizar el país, mientras presidía una economía creciente, gracias al incremento de los precios del petróleo, que se cuadruplicaron bajo sus propios ojos. Comenzó creando un sistema represivo y de control político, económico y social para mantener su poder. Al enfrentar la oposición, particularmente en las elecciones parlamentarias de 2011, Putin notó que necesitaba algo más que fuerza bruta para derrotar a sus oponentes, necesitaba una ideología del poder; por lo tanto, empezó a articularla en sus discursos, promulgando leyes y sacando provecho de su cargo para expresar su adhesión a un conjunto de valores.
Los elementos cruciales del putinismo son el nacionalismo, la religión, el conservadurismo social, el capitalismo de Estado y la dominación del gobierno de los medios de comunicación. Todos ellos, en alguna u otra manera, son diferentes y hostiles a los valores occidentales modernos, tales como los derechos individuales, la tolerancia, el cosmopolitanismo y el internacionalismo. Sería erróneo creer que estas medidas originaron su admiración, pues ya era reconocido con anterioridad. Sin embargo, estos aspectos sostienen su popularidad.
Orban ha seguido las huellas de Putin al reducir la independencia judicial, limitar los derechos individuales, hablar en términos nacionalistas acerca de la etnia húngara y amordazar a la prensa. Los métodos de control son, a menudo, más sofisticados que la censura tradicional. Recientemente, Hungría anunció un impuesto del 40% de los ingresos a la única red de televisión independiente fundamental del país, lo cual podría causar su quiebra.
Si echamos un vistazo en el mundo, encontraremos otras figuras que han adoptado los elementos centrales del putinismo. Recep Tayyip Erdogan, primer ministro de Turquía, se ha desviado de su agenda reformista y actualmente adopta una política más conservadora socialmente, islamista y altamente nacionalista. También ha puesto en práctica inteligentes trucos para acobardar a los medios de comunicación, para que caigan en su sumisión. Varios líderes de Europa de extrema derecha, tales como Marine Le Pen de Francia, Geert Wilders de los Países Bajos e incluso Nigel Farage de Gran Bretaña, admiran abiertamente a Putin y a su ideología.
El triunfo del putinismo dependerá en gran medida del éxito de Putin y de Rusia bajo su liderazgo. Si obtiene el triunfo en Ucrania, convirtiéndolo en un caso perdido que eventualmente terminará dependiendo de Moscú, será visto como un campeón. Si, por el contrario, Ucrania triunfa por fuera de la órbita de Rusia, Putin se encontrará a sí mismo presidiendo un petro-Estado siberiano aislado globalmente.