Icono del sitio La Razón

Ser hombre

Confieso que durante años crecí como un macho cavernícola, obvio que con menos pelo en el cuerpo, pero sí con harto machismo en las venas. El oficio del periodismo me puso contra la pared muchas veces, y hace dos meses fue otra prueba de fuego a la que me sometí. Ingresé a una discoteca “de ambiente”. Es decir, solo para homosexuales o lesbianas; bueno, sí, también travestis.

Al principio, todo era una aventura periodística. Sentado ahí, solo con una botella de cerveza en la mesa, dejaba que mi vista vaya y venga por el local. Grababa todo en la mente; pero, con el pasar del tiempo, sentí que las miradas empezaban a devorarme. Y sí.

Ahí estaba un tipo que guiñaba un ojo. Otro que hacía un brindis mirando a mi mesa o —no podía creerlo— a mí, directamente. Luego hubo uno que se hizo el valiente, tomó una silla y se sentó ahí, a mi lado.

Se fue. Vino otro. Y así la noche se fue haciendo más tensa, porque por primera vez en mi vida sentí lo que les pasa a las mujeres cada vez que les da la gana de ir a tomar un trago y hay (habemos) una bola de hombres detrás de ellas.

Supe, entonces, lo incómodo que es que alguien te diga que te pagará el trago o que se acerque y que te mire con cara de cordero a medio degollar. Porque entre que da bronca y risa, se va la vida. Uno empieza a odiar a la humanidad, bueno, a los hombres.

Entonces, amablemente quiero decir que “se vayan al carajo”, pero no se puede decir esto sin usar estas palabras. ¡Qué jodido que es cuando te quieren acompañar al baño! Y no sé si da risa o qué. Pero, ni modo.

Ojo que en el ambiente gay hay los que quieren ir más para allá; se sienten más machos y usan las mismas tácticas de los hombres cavernícolas (yo me incluyo, of course). Es patético.

Ojo, también, que sigo creyendo que ser gay es solo cuestión de hombres. Tengo el mayor respeto por el mundo homosexual, aunque soy un heterosexual acabado y sin vuelta de hoja.

No obstante fue cuando hice ese reportaje que le di una nueva dimensión a la palabra empatía. La usaba porque era bonita y hasta políticamente correcta. “Ponte en su lugar”, decía. Pero estar (casi) en la piel de las mujeres acosadas es otra cosa.

Ya antes me dio un patatuz cuando me dijeron que iba a ser padre de una niña. Entonces no supe qué hacer con los sueños de tener un varón que herede mi apellido. Pero con el tiempo supe que no hay amor más regio que el de una niña por su padre, y viceversa, obviamente.

Y la moraleja es que los cavernícolas tenemos que aprender a civilizarnos. El otro camino únicamente es de retroceso…. va de retro Satanás.