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El lado infame de la naturaleza

La naturaleza es un gran negocio, vende a la manera de Disney: ositos de peluche soñando con un crepúsculo escarlata. Nuestros hijos aprenden que el mundo es una fotografía sacada de un folleto propagandístico de una agencia de viajes. La naturaleza es bella y obviamente es un pedazo de mierda. De otra manera no se explicaría que existan gacelas esbeltas sujetas a la certidumbre de que un día acabarán en una maraña de mandíbulas, violencia y miedo; los leones, esos diablos pobres que solo pueden ser reyes de la selva en cortas explosiones de crueldad; y los humanos, viviendo en esfuerzos caóticos de dominar el entorno y que terminan agobiados a expensas de terremotos y maremotos.

Los documentales ocultan ese mundo sin misericordia, y con toda la cursilería nos arropan en un complejo de culpa y sentimiento de responsabilidad; mientras los grandes gurús de tales movimientos se enriquecen a costa del sentimiento de culpa del resto de los mortales. El ejemplo de esa ecología emocional es Pascal Husting, un directivo de Greenpeace que trabaja un día por semana y para eso viajaba desde su residencia, en Luxemburgo, hacia Amsterdam en avión, porque el trayecto en tren es largo y él prefiere dedicarle ese tiempo a su familia. Así, Husting olvida que una de las bestias negras de Greenpeace es la emisión de dióxido de carbono de la aviación comercial y turística.

Funciones como la suya son de ejemplo, si no, debería buscar empleo en la empresa privada. Un funcionario que trabaja para una organización que vive de las donaciones no puede andar pavoneando esos lujos. Todo un referente mundial de defensa del medio ambiente perdiendo crédito. ¿Cómo se puede explicar que un empleado administrativo apueste y pierda cinco millones de dólares de donaciones en la bolsa? Si bien ese empleado no buscaba enriquecerse, le parecía excitante hacer crecer el capital de la organización. Los tiempos de los cruzados ecológicos y los hippies del siglo pasado han terminado. Un programa de televisión destapó que quienes tocan tu puerta pidiendo donaciones ya no son los jóvenes idealistas, sino empleados de empresas de recolección, llevan el mensaje de Greenpeace y luego pueden quedarse con un porcentaje del dinero recaudado; idealistas ya burocratizados con creencias corrompidas por el mercado.

Son estas cosas, a pesar de estar en contra, que me animan a apoyar esa moralina de que la creación es perfecta y que los imperfectos somos los humanos. Si veo el mundo a través de la prensa leo condenas hacia el Estado Islámico por el decapitamiento de prisioneros; pero las agencias se olvidan de que Arabia Saudita es el mayor decapitador del mundo, no obstante como la decapitación está en su constitución, por eso es legal. Que los palestinos matan más palestinos que los israelíes por sospechas de colaborar con el enemigo y que los israelíes expresamente liberan presos sabiendo que los van a matar. Que las empresas de medicamentos juegan con las ganancias del negocio de la vida y la muerte, por ejemplo, son casi 1.400 las personas muertas por causa del ébola y ya se declara alerta mundial; mientras, las transnacionales se mueven por el lucrativo negocio de encontrar la vacuna. Sin embargo, el África no necesita una vacuna contra el ébola, necesita una vacuna contra la pobreza. La miseria y el hambre son las enfermedades más contagiosas. Y se ignora que en nuestro planeta cada año mueren entre 250.000 y 500.000 personas por gripe, un millón por causa de la malaria, 800.000 niños por diarrea y 15 millones más por hambre.

Solo por hoy dejaré de pensar en un mundo pacifista, humanista y bien intencionado; pensaré que el hombre es un mamífero perverso, dedicado al homicidio, la tortura, la mentira, el engaño y la guerra. Dejemos al ébola hacer su trabajo y destruirnos. Entonces nuestra tierra, en términos de medio ambiente, rejuvenecerá más de un millón de años. Nosotros no lo hacemos, pero el planeta se va al infierno por nosotros. ¡Hágase tu voluntad, monseñor ébola!