Más del 80% de los profesionales jóvenes que viven en Nueva York trabajan habitualmente desde la cama. El dato lo dio en 2012 The Wall Street Journal. Millones de camas sustituyendo a las oficinas. El rascacielos vencido por el dormitorio. Hugh Hefner ya encarnó esta filosofía. Como es sabido, el magnate prácticamente no ha abandonado su cama redonda desde 1960, cuando se instaló en la Mansión Playboy de Chicago y la convirtió en epicentro de un imperio mundial, que dirigía en pijama y bata de seda. “¡No salgo nunca de casa! Soy un recluso contemporáneo”, declaró a Tom Wolfe, tras calcular que la última vez que lo había hecho era tres meses y medio antes, y que en los dos años previos no había pisado la calle más que en nueve ocasiones. Fascinado, Wolfe lo describió como “un corazón verde y tierno de alcachofa”.

El magnate de Playboy hizo de la cama un despacho equipado con todo tipo de aparatos de entretenimiento y comunicación, una especie de sala de control. El lecho en sí era una casa. Su estructura, rotatoria y vibradora, incluía una pequeña nevera, un equipo de alta fidelidad, teléfono, archivadores, un bar, un micrófono, un dictáfono, cámaras de video, auriculares, una tele, una mesita de desayuno, varias superficies y un mando para controlar las luces. La cama era el despacho de Hefner, su lugar de trabajo, donde concedía entrevistas, hacía sus llamadas, seleccionaba fotos, maquetaba la revista, editaba textos, comía, bebía y se reunía con las playmates.

El Estados Unidos de posguerra introdujo la cama de alto rendimiento como motor de productividad: una nueva forma de industrialización que hoy está al alcance de un ejército internacional de trabajadores dispersos, pero interconectados. Es una nueva clase de fábrica, formada por dispositivos electrónicos compactos y almohadas de sobra para la generación sin descanso.

El equipamiento que concibió Hefner se ha ampliado ahora para los usuarios de las redes sociales, quienes, desde la cama, no solo trabajan sino que cultivan relaciones sociales, hacen ejercicio, leen las noticias y tienen relaciones sexuales con personas a kilómetros de distancia. La fantasía de Playboy sobre la vecina de al lado tiene hoy más probabilidades de hacerse realidad con alguien que está en otro continente que en el mismo edificio, y nadie sabe si esa persona es real o es una fantasía digital; como en la película Her (Ella), donde el protagonista se acuesta con un sistema operativo que acaba siendo más satisfactorio que una pareja física. En la cama, habla, discute, hace el amor y rompe con ella. Una conmovedora representación de la vida en ese estado blando y uterino que constituye el corolario a nuestras nuevas tecnologías móviles.

De acuerdo con el reciente libro de Jonathan Crary 24/7, el capitalismo representa el fin de la posibilidad de dormir, coloniza cada minuto de nuestras vidas para que produzcamos y consumamos. Entonces, las acciones del recluso voluntario, a la hora de la verdad, no son tan voluntarias. En la sociedad actual, aquejada de déficit de atención, la cama y la oficina nunca están muy separadas. Hay empresas que instalan cabinas para dormir con el fin de aumentar la productividad, cápsulas selladas y compactas para un sueño sincronizado que se considera parte del trabajo, y no su contrario. Entre la cama en la oficina y la oficina en la cama se ha creado una arquitectura horizontal totalmente nueva.

¿Cómo es este nuevo interior horizontal en el que, como colectivo, hemos decidido encerrarnos? ¿Qué arquitectura tiene esta prisión en la que dejan de diferenciarse la noche y el día, el trabajo y el ocio? Los nuevos medios nos someten a vigilancia constante, aunque al mismo tiempo celebremos la conectividad sin fin. Nos hemos convertido en presos voluntarios, “reclusos contemporáneos”, como proclamó Hefner hace medio siglo.